En la vida hay que decidir. Entre dulce o salado, gasolina o diésel, ir o no ir. O entre lo urgente y lo importante. Y como al joven Antonio Grande le urge triunfar, a ello se aplicó. Triunfar, triunfar y triunfar. A sopapos, a zapatillazos o a estoconazo limpio, pero a triunfar. Son las cosas de las urgencias que se imponen los novilleros o los entornos de los novilleros. De algunos novilleros, porque otros, como en el caso del azteca Diego San Román, lo que ven urgente es lo importante y no el triunfo de hoy.
Mientras David Salvador pasó de puntillas sin lote, sin suerte, sin brillo, sin ajuste y matando sin muleta a todo riesgo, el paisano Antonio Grande parecía un mohicano enfadado en busca de su salida en hombros. Triunfar. A como de. Su primer novillo enseñaba tanto el tranco alegre con la debilidad de los remos y el vinagre de defensa cuando le bajaban la mano. Era un dilema: si le apretaban, se defendía; si le ayudaban se ponía intratable a cabezazos. Así pues, Grande se dejó de pamplinas y se puso a lo suyo, a lo urgente, que es lo de triunfar. Sin importarle el estilo, la mesura, ni las formas, Antonio tocó fuerte, clavó zapatilla a rabiar y derecheó rabioso, hasta lograr alguno de buen mando y trazo.
Le urge triunfar a Grande. Porque triunfando, cortando tres orejas hace un año en esta plaza sólo se ha vestido dos veces de torero y de la última hace ya mes y medio, en Santander. Imagínate si no triunfo, pensará y le dirán. Por eso también se empleó en triunfar con el hermoso, ofensivo y cambiante quinto, un colorado ojo de perdiz y bizco que acudía muy bien a los cites y salía de ellos con peor nota. No hubo dos embestidas iguales. Ora embestía boyante y templado, ora rácano y arisco. Como tampoco hubo dos cites iguales, porque a Antonio lo importante le traía sin cuidado, a él lo que le ponía era triunfar o triunfar. Y triunfó. Entre unas y otras, ya muy al final, dejó dos derechazos mandones y tres naturales de trazo, pulso y tempo, como si lo urgente le hubiese hecho encontrar lo importante. Y amarró otra estocada y dos orejas, bien pedidas por sus paisanos, ligeras, como la faena, pero dos. Y en triunfo anhelado.
Sin embargo, en Diego San Román prevalece lo importante a lo urgente. En él se ve que lo que busca tiene raíces en el pasado y en los cimientos de la buena Tauromaquia y que de ahí quiere sacar su futuro. Aplomo, encaje de riñones, ni un aspaviento, mucha verdad y pocas mañanas. En él prevalece lo que proyecta sobre lo que consigue, por el simple hecho de que lo que busca es llegar a ser aunque no sea hoy cuando tenga ser.
Clavó zapatillas en los medios para iniciar su primera faena a tercero tris, sustituto del devuelto por débil. Medio pecho, con la mano izquierda, pronto y en la mano, de lila, como Chenel. Su trazo, su ajuste, la marca de su suela bien señalada en la arena, s forma de no ceder espacios. Pronto renunció el torillo en busca de chiqueros. Lo del sexto, que era un toro con media barba, otra declaración: aquí, con ustedes, un torero. Primero, gaoneras. Luego, hincado de rodillas en el platillo, muleta en la diestra, aplomado sobre los riñones y a torear sin probaturas. No duró dos series, porque el toro lo mandó a volar para caer de mala manera. Volvió en sí, maltrecho, tullido, pero aún más aplomado, más consciente y tan asentado como antes. Le llegó con los vuelos a los hocicos mismos cuando toro ya se ponía reservón. Y falló a espadas. Tal vez no sea relevante, oreja arriba u oreja abajo. En él la clave es que lo importante prevalece sobre lo urgente.
No obstante, al público de hoy, a los 2500 que allí estaban, lo que les parecía importante era que hubiese de todo, variado y a poder ser sincero. Y lo hubo: las ganas sin brillo de David, lo importante del azteca Diego y el triunfo de Antonio Grande, que quiere ser sea como sea.
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