Carlos Hernández, uno de los dos alguacilillos de la plaza de toros ‘La Glorieta’ cumple, en la Feria Taurina de Salamanca de este 2024, tres décadas realizando el despeje de plaza. Toda una vida, donde el jinete salmantino reconoce que “cada tarde es un sentimiento nuevo. A pesar de que llevo ya 30 años haciendo el paseíllo, cada día me siento como si fuera el primero”.
Tenía 16 años recién cumplidos, relata, cuando hizo su primera actuación en la plaza de toros de Salamanca. La oportunidad de engalanarse con la distinguida vestidura del alguacilillo, propia de la época de Felipe IV, con una capa negra, golilla blanca y sombrero con un tocado de plumas amarillo y rojo, le vino por sus raíces familiares: “La idea de hacerme alguacilillo está un poco vinculada al otro alguacilillo que me acompaña, Miguel Hernández Escribano, que lleva 40 años también como alguacilillo, y es el primo de mi padre, con quien aprendí en mis inicios”.
Además de los lazos familiares, otra de las razones por las que le entró el gusanillo de ejercer este importante cargo es su vinculación con los equinos: “Me he criado entre caballos y eso me ha motivado a ser alguacilillo. También porque desde pequeño me han inculcado la afición por los toros. Siempre he ido a las plazas a ver festejos taurinos”.
Y es que, aunque Carlos se dedica profesionalmente a la soldadura, su corazón siempre estará unido a su pasión por los caballos: “Cuando termino mi trabajo, me dedico a la doma de caballos. Siempre he domado y entrenado potros cerriles”.
Fue gracias a este hobbie por la equitación como conoció a Blanky, su compañera equina, una yegua de capa blanca de 23 años que lleva haciendo el paseíllo en La Glorieta junto a él 12 años, y de la que reconoce que “es una gran conocida en la plaza de Salamanca”. Y aunque hasta ahora su compañera de viaje ha sido Blanky, la intención de Carlos es, con motivo de su 30 aniversario, debutar a otra de sus yeguas, Salmantina, con cuatro años de edad, con quien ha hecho ya el paseíllo en la Feria Taurina de Guijuelo en el mes de agosto de este año. “Imagino que sacaré a Blanky el día del del desenjaule para despedirla de La Glorieta, porque por su edad la quiero ir retirando, y ya después sacaré a Salmantina, una potra de capa albina, que previamente ha estado los días 5, 6, 7 y 9 en Salamaq haciendo el paseíllo en las novilladas sin picadores de la Escuela Taurina de Salamanca”.
La conexión entre un jinete y su caballo es primordial en cualquier ámbito de la equitación, y en la labor del despeje de plaza no iba a ser menos: “La gente lo ve algo fácil, pero en realidad no lo es. Aunque sean animales que tienen experiencia realizando el paseíllo, cada tarde te sorprenden porque les puede asustar una cosa diferente. Nunca se comportan igual”.
Durante sus 30 años, Carlos confiesa que “siempre me ha gustado sacar potros nuevos como voy a hacer este año, lo que pasa que cuando di con Blanky es una yegua que me ha dado mucha confianza, y además uno va sumando años y los potros siempre son potros”.
A parte de hacer el despeje de plaza, que en la actualidad es ya un acto simbólico, los alguacilillos son las primeras personas que pisan la arena de los cosos taurinos donde posteriormente se ejecutan grandes faenas que pasan a la historia del toreo. Un hecho del que Carlos dice que “es una gran responsabilidad porque cada tarde hay muchas cosas en juego. Es una labor que te da mucha satisfacción porque recuerdas grandes faenas”. En su caso rememora con afecto una faena del maestro Enrique Ponce cuando cortó un rabo, asegurando que, con motivo su despedida en el coso salmantino “si se da el caso, me haría mucha ilusión entregarle yo mismo los trofeos”.
A mayores, los alguacilillos tienen otros cometidos durante el festejo como hacer que se cumpla el reglamento dentro ruedo, así como que se guarde el orden en el callejón: “Nosotros nos encargamos de que haya orden en el callejón, pero en Salamanca al estar los delegados de la autoridad son ellos quienes se encargan de reestablecer el orden en caso de que sea necesario. Pero, por ejemplo, cuando matan al toro y hacen la rueda los peones, que no se puede hacer, nos mandan a nosotros para que les llamemos la atención. A veces también nos toca situar al picador en su sitio si el caballo no está bien colocado”.
Estas labores a parte de llevarlas a cabo en La Glorieta, Carlos las efectúa en otras plazas como Guijuelo, Béjar, Peñaranda de Bracamonte, Linares, San Miguel de Valero, así como en las plazas del Circuito de novilladas de Castilla y León.
Encarar cada tarde es siempre un reto: “Pese a llevar 30 años siempre hay nervios. Es algo que va en mí, porque si no estoy nervioso malo, no es un buen síntoma. Luego, una vez que se hace el paseíllo ya me quedo a gusto cuando piso el ruedo, me pasa como a los toreros, pero en los momentos previos el sentimiento siempre es de nerviosismo”.
No obstante, confiesa que una de sus tareas que más satisfacción le genera es entregar los trofeos a los diestros, aunque explica que “hay toreros que son más fríos y no te lo agradecen, pero son los menos”. Pese a ello cuenta que “el día que siempre recordaré es el que vino Jesulín. Yo estaba empezando y cuando le fui a entregar los trofeos me dijo él a mi ¡qué pasa figura!”. También reconoce que “cuando el público te recibe con una ovación, eso para mí es muy grande”.
Tras tres décadas de paseíllos en La Glorieta, Carlos Hernández solo tiene una única petición: “Estar 30 años más si la salud y Dios me lo permiten”.