La práctica de la Tauromaquia conlleva la búsqueda de la expresión del creador por medio de la obra. Si es así, esta tarde La Glorieta no ha visto practicar la Tauromaquia sino un ejercicio técnico, tesonero, machacón, más o menos ambicioso en búsqueda de la consecución de un premio en forma de oreja y que, una vez logrado, justifique el todo. Una tarde en las antípodas del arte.
Efemérides, despedidas y regresos. El adiós del castigadísimo Padilla y el regreso del siempre animoso Chaves en su 20 cumpleaños de matador. Muchas cosas que celebrar, premios, placas, orejas y ni un atisbo del arte del bien torear.
El toreo, en sí y como tal, apenas existió. Se vieron muchas y variadas formar de trajinar al toro y camelar al personal en busca de la oreja. Pero torear, lo que se dice torear, darse al toro con honestidad en cuerpo y alma para emocionar al público, ni el ensayo siquiera. Que tal vez no ni las cerca de 2800 almas del tendido lo esperaran y seguro que la ocasión tampoco fue la propicia. Al caso, que Chaves logró su propósito y el de los que lo fueron a ver: abrir la puerta grande. Y lo hizo con su oficio de torero curtido en agrias batallas, conocedor de los tiempos, sabedor de que tirando de su tesón, su fe, su oficio, el cariño de sus fieles y una espada certera lo tendría más que hecho. Y eso hizo. A su primero lo veroniqueó con limpieza, lo galleó con chispa, lo manejó en los medios con la muleta retrasada para alargar el corto y humillado viaje de Cartuchero y enjaretó una treintena de pases lineales más una serie de izquierdas que fue trabajo suficiente para que sacaran el pañuelo de acertar a espadas. Y acertó con media trasera que bastó.
El quinto se fue a corrales por flojo y salió otro del Puerto pero en talla XL, por cabeza, por amplia cuna y largo cuerpo. Billetito salió con su caminar guardado, sin definirse, como a la caza, en las antípodas del arte también el toro. Y Chaves lo trajinó casi como al otro. Primero, en la media altura, por donde el sobrero se le subió a las barbas hasta el desarme. Luego, por abajo, para poner algo de mando y gobierno. Otra treintena de pases en línea y un final, más la espada certera. Objetivo cumplido, dos puntos y a por otra, como en la Liga.
Que Padilla esté en las antípodas del arte no es nuevo, porque su público bien sabe que lo suyo es lo de dar y tomar, ese traqueteo bullanguero y machacón, ese poner la carne en el asador sin clavar zapatillas, esa formar de exacerbar la épica cuando es y cuando no. Pero Padilla sí tuvo un toro de arte. Su primero fue maluco, arrollando por los adentros y Juan José no se dio coba. Sin embargo, Malaguito, con su cara estrecha, con sus pitones tocados al cielo, su cara de hombre y su cuerpo negro, largo y suelto, embistió con categoría. Sobre todo por la izquierda, humillado, empujando, con el ritmo que le faltó a los otros cincos y con una profundidad sincera, colocando todo su cuerpo para empujar con las negras puntos de los pitones. Padilla lo movió, raudo, pimpán, chimpún, después de poner la plaza en pie con las banderillas a coro del hit “illa, illa, illa, Padilla, maravilla”. Desplantes de rodillas y en pie, pases de pecho de dos en dos y, eso sí, querido amigos, la estocada de la Feria. Porque Padilla sabía que ahí estaba su marcha gloriosa y esa ambición, esa raza es la que le trajo a completar su amplia y accidentada hoja de servicios. Un estoconazo de aúpa. La gente, que le quiere, le pidió hasta el doble premio.
Luis David abrió su tarde y voló por los aires a las primeras de cambio, en un volteretón del que, milagro, salió tullido pero entero. Tal vez no le dejó el cuerpo como para darse al arte de torear. O tal vez todavía no tenga esa idea del toreo y crea que esto sólo va de dar pases y acertar a espadas. Su primer toro, salpicado y de diferente tipo al resto, se movió ligero, repuso, humilló cambiando velocidades y él nunca encontró el asiento ni el pulso. Ni la espada le funcionó.
El sexto fue el otro toro con mejor estilo del envío del Puerto. Sin llegar a la categoría de Malaguito, Farderito también humilló y buscó las telas por abajo, se empleó con verdad en el caballó y ahí, seguro, dejó parte de su empuje. Luis David se colocó al hilo, perfilero, con buen asiento y tocando con los vuelos por abajo pero sumido en la más absoluta vulgaridad.
Así se fueron dos horas y media de efemérides, con un cartel en el que todos tenían un motivo para entrar o un pariente con poder, una tarde con orejas, con premios y celebraciones. Hay gente para todo y aquí cabemos todos, se suele decir. A fe que sí, y cada día más pues de año en año más sitios libres quedan en la plaza. Ustedes verán, sigan en las antípodas del arte.