La realidad siempre supera a la ficción o, al menos, eso dicen.
La famosa fuga de Alcatraz, la cual acaeció en la noche del 11 al 12 de junio de 1962, se trata de uno de las huidas más famosas, por no decir la que más, en la historia de las cárceles y tuvo como protagonistas a Frank Morris y a los hermanos Jhon y Clarence Anglin.
El misterio, y la fama, del asunto reside en que la prisión de Alcatraz era un penal de máxima seguridad, ubicado en una isla que le daba nombre al penal.
Sin embargo, los tres reos lograron burlar al meticuloso sistema y la forma en la que lo hicieron, como mínimo, es digna de película.
El plan fue el siguiente: forjaron una réplica de sus cabezas, empleando yeso y cabello, y las dispusieron en sus respectivas camas para emular que dormían.
Una vez hecho lo anterior, lograron descolgarse a través de los conductos de ventilación, atravesando así los pasillos del centro penitenciario.
Posteriormente, y no perdiendo de vista que se encontraban en una isla, llegaron hasta la costa y con una balsa improvisada, desaparecieron.
El rastro de los tres delincuentes se perdió para siempre y, pese a las exhaustivas investigaciones efectuadas por el FBI, el caso se cerró en 1979 sin tener si quiera un ápice de idea de qué pudo haber ocurrido con ellos.
Ahora bien, no hace falta cruzar el océano para toparse con historias de este tipo.
En Salamanca, la antigua cárcel provincial ubicada en el paseo de la Aldehuela fue escenario de dos episodios sumamente curiosos.
La celda 16
Ocurrió este hecho el 9 de septiembre de 1995.
Cuatro presos preventivos, aprovechándose del jaleo que reinaba en el penal y valiéndose de la pata de una cama, se dieron a la fuga sin que nadie pudiera percatarse de ello.
Es más, hasta las 7:00 horas de la mañana del día siguiente, domingo, y correspondiéndose con el recuento reglamentario, no se descubrió la ausencia de los cuatro prófugos.
El modus operandi empleado había sido el siguiente: manipularon los barrotes de una ventana, con el objetivo de forzarlos, empleando la pata de la cama y, una vez logrado su cometido, se descolgaron hasta el patio de aislamiento con unas cuantas sábanas anudadas entre sí.
Lograron trepar hasta la terraza del pabellón de dirección y, una vez allí, saltaron a la calle, completando así su plan de fuga con éxito.
Por aquel entonces, la prisión contaba con la vigilancia de un jefe de servicio, dos funcionarios y cuatro guardias civiles; las cámaras de seguridad, por su parte, no funcionaban.

Amenazado y amordazado
El 24 de enero de 1984 seis reos de la prisión provincial de Salamanca trataron de darse a la fuga, fracasando en su intento pero dejando, eso sí, un rastro de sangre a su paso.
El ‘plan’ de huida dio comienzo a las 18:00 horas del citado día, cuando dos de los reclusos pidieron una entrevista con el jefe de servicios de la prisión, al que amenazaron con unos pinchos de fabricación casera.
Una vez tuvieron al funcionario amordazado y bajo coacción, lograron encerrar a otros dos en otra zona del penal y hacerse con las llaves de gran parte de la prisión.
Accedieron entonces a la cocina, donde se hicieron con varios cuchillos de dimensiones más que considerables.

Durante el trancurso del plan, a los dos presos iniciales se les sumaron otros cuatro y, la caterva al completo, logró llegar hasta la salida de la guardia.
Tras un forcejeo con el personal de seguridad, uno de estos efectuó un disparo contra los reclusos.
El tiro, que dio a uno de los reos, logró detener el intento de huida.
Jose Antonio Gómez, que así se llamaba el preso herido, tuvo que ser intervenido en el Hospital por herida de arma de fuego.
Tienes que iniciar sesión para ver los comentarios