Los recovecos de la crónica negra salmantina esconden sucesos que el imperturbable paso del tiempo ha condenado al olvido pero que, en el momento en el que ocurrieron, consternaron a la sociedad de la época dadas sus macabras características.
El caso que nos ocupa acaeció en 1926 y pese a que incialmente se presentaba como una muerte accidental, terminó resultando ser un cruento crimen.
El hallazgo del cadáver
Corría la mañana del 9 de enero de 1926.
La benemérita recibió un aviso procedente de Valbuena de Aldeaciprestre informando que una niña había hallado, a los pies de un alcornoque, el cadáver de un hombre con el cráneo completamente destrozado.
Asimismo, la víctima presentaba un hacha clavada en la sien izquierda y la cuenca de uno de los ojos completamente vacía producto del brutal golpe recibido.
Una vez la Guardia Civil hubo llegado al lugar, los agentes comenzaron a efectuar las diligencias oportunas; éstos, poco tardaron en descubrir que estaban, efectivamente, ante la escena de un crimen.
Del mismo modo, procedieron a la identificación del cadáver, tratándose éste de un pastor de la zona, de nombre Esteban Bernal.
Los hechos
Vivían en Valbuena de Aldeaciprestre una pareja de hermanos, de nombre Esteban y Plácido Bernal, de treinta y dos y veintidós años respectivamente.
Ambos hermanos, que en el momento de los hechos estaban solteros, tenían a su nombre una propiedad en la que habituaban a pastar cabras.
Días previos a los hechos, los hermanos se enfrentaron en una trifulca, ya que Esteban encontraba a Plácido culpable de la enfermedad que padecía una de las cabras del rebaño.
Éste último, de carcacter vengativo, guardaba rencor a su hermano por las represiones que había tomado contra él en varias ocasiones anteriores lo que le llevó, de forma premeditada, a tomar la decisión de darle muerte.
Una vez tuvo claro su cometido, Plácido afiló un hacha que tenían en la choza en la que dormían y planeó perpetrar el crimen cuando su hermano estuviera descansando.
La noche de los hechos, el 8 de enero de 1926, ambos hermanos cenaron juntos; una vez hubieron finalizado, Esteban se acostó.
Plácido, sobre las dos de la madrugada y habiendo fingido hasta ese momento estar dormido, procedió a cometer el asesinato tal y como lo había planificado.
Certificando previamente que su hermano ya dormía, el fratricida alcanzó el hacha que previamente había afilado y le asestó un certero golpe a Esteban que le destrozó el cráneo y le provocó la pérdida de un ojo.
A consecuencia del brutal ataque, la víctima falleció en el acto.
Plácido por su parte, y con el objetivo de ocultar el crimen, arrastró el cadáver de su hermano trescientos metros y lo colocó debajo de un acornoque, dejándole el arma del crimen clavada en la cabeza.
Su idea, al escenificar aquello, era dar a entender que la muerte de Esteban había sido fruto de un accidente al haberse caído, éste, del árbol en el que se encontraba cortando leña.
La confesión del crimen
La benemérita poco tardo en dar con el paradero de Plácido, el cual se presentaba como principal sospechoso del asesinato de su hermano.
Tras ser sometido al pertinente interrogatorio, y acorralado por las preguntas de los agentes, Plácido terminó confesando el crimen sin mayor oposición.
Una vez la Guardia Civil tuvo en su poder la declaración autoinculpatoria de Plácido, éste, fue trasladado a la cárcel de Navalmoral de la Mata.
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