El crimen de Cespedosa y la ley del silencio: ¿Quién mató al médico del pueblo?

Leopoldo Soler Monje era un señorito de ciudad, que en 1906 comenzó a trabajar en Cespedosa de Tormes como médico rural. Mientras atendía a sus vecinos, también se labraba una fama de don Juan que no gustaba entre los hombres de la localidad

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Cespedosa de Tormes, pueblecito de la comarca de Guijuelo, vivió en el siglo XX dos curiosos acontecimientos, un siglo en el que se vio marcado absolutamente por la pérdida de población debido a la emigración. La localidad pasó de contar con 1.832 vecinos en 1910, a 617 en 2001. Hoy tiene 490 censados. Pero volviendo a los dos acontecimientos mencionados antes, uno de ellos fue la llegada al pueblo del cineasta argentino Gerardo Vallejo, reconocido director cuyo abuelo era de Cespedosa y había emigrado a la provincia argentina de Tucumán. Perseguido por la feroz dictadura que sufrió el país sudamericano entre 1976 y 1983, Vallejo se exilió en España, viajó al pueblo de su abuelo, conoció a sus gentes y rodó allí en 1978  Reflexiones de un salvaje con los propios vecinos del pueblo. Puro cine documental de la Transición.  

El segundo acontecimiento es el asesinato del médico del pueblo, Leopoldo Soler Monje, ocurrido en Cespedosa en julio de 1912. 

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Leopoldo Soler tenía 32 años en 1912 y era un señorito de la capital. De buena familia, poco tenía que ver con aquellos que trabajaban la tierra. Durante su formación en la Universidad de Salamanca, Leopoldo había destacado tanto en los estudios como a nivel social, convirtiéndose en uno de los líderes de su clase. Sus andanzas eran relatadas en los periódicos de la época. El Adelanto publicaba los acontecimientos más importantes de su vida, como su matrimonio con Basilisa Cáceres, hija de un respetado abogado, en 1906; el momento en el que el doctor Soler obtuvo su primer destino como médico rural en Cereceda de la Sierra o el nacimiento de su hija. 

"Soler Monje dejó entre nosotros recuerdos audaces de su pintoresca y agitada vida de estudiante; no había reunión escolar ni mitin político en el que él no se encontrara, ni algazara en la que no tomase parte. Fue uno de los escolares que más bulleron y que luego, al marchar de la ciudad al pueblo para ejercer la profesión, dejaron recuerdos y huellas de sus mocedades en su paso por la capital", publicó El Adelanto tras conocerse el crimen. 

Al poco de estar en Cereceda, Leopoldo Soler solicitó la plaza de médico de Cespedosa, municipio que estaba mucho más cerca de casa, a 47 kilómetros, y era más grande. 

En Cespedosa, el doctor se convirtió, tal y como afirma el profesor de la Universidad de Sevilla Carlos Maza Gómez, en su libro El crimen de Cespedosa, en la principal figura de relieve del pueblo, junto al alcalde, el cura, el juez y los dos maestros. Leopoldo se paseaba por sus calles con un bastón y fue tomado en gracia por sus vecinos. O al menos al principio.

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En el libro Cespedosa de Tormes, mi pueblo, escrito por Mariano Gil Cornejo y que recoge la tradición oral del municipio, el autor da unas pinceladas de los quehaceres del doctor, fruto de lo que le contaron los más mayores de la localidad. "Al principio todos los habitantes del pueblo le consideraron como una excelente persona, por lo que pronto hizo muchas amistades, y durante la época de las matanzas en la casa del médico no faltaba un presente para los pobres. Sólo tenía (el médico) un defecto, y es que el buen señor presumía de que cuando iba a visitar a las enfermas abusaba de ellas, y no conforme con ello, cuando veía al marido o al novio no se recataba en decirles: "tú jugando la partida y mientras tanto, yo, en la cama con tu mujer".

Vamos, que Soler Monje, al tiempo que atendía a los habitantes del pueblo, se labraba una fama de seductor no muy del agrado de sus vecinos de género masculino. Su actitud donjuanesca se acrecentó aún más tras el repentino fallecimiento de su mujer de una rápida enfermedad, y tres meses después, el 10 de julio de 1912, una niña encontró al alba el cuerpo degollado del doctor en una calle de Cespedosa. Asustada, la pequeña avisó al hermano del fallecido, Ángel Soler, que residía en la misma casa que el médico ya que el finado le estaba pagando los estudios. Ángel no hizo más que confirmar la muerte de su hermano, cerrarle los ojos según las crónicas periodísticas, darle un beso y avisar a las autoridades.

Al pueblo también acudió El Timbalero, alias de José Sánchez Gómez (1884-1936), intrépido periodista de El Adelanto, que tal y como hiciera un mes antes con el crimen de Castellanos de Villiquera, se puso manos a la obra a entrevistar a todo vecino que se encontraba en su camino. Sin embargo, a la par que el juez encargado de investigar el caso, se dio de bruces contra un muro de silencio, tal y como explicaba a sus lectores en las páginas del diario, el 12 de julio de 1912: "Yo, lector, traigo del pueblo una impresión desconsoladora: allí se quería mucho al señor médico; allí se le consideraba y se le mimaba; dicen que su muerte es sentida y significa para el lugar una pérdida irreparable. Pero los que tal dicen, que es el pueblo en su mayoría, no hacen nada, no saben nada, no trabajan tampoco ni dan luz a la justicia para el esclarecimiento del trágico suceso".

Las investigaciones del juez José de la Concha comenzaron cuando se personó en Cespedosa desde Béjar, pero al encontrarse que en el pueblo imperaba la ley del silencio, optó por la decisión que le pareció más conveniente para hacer hablar a los vecinos: detenerlos a todos. "De modo que, a pie desde este último pueblo, llegaron a Béjar once personas: nueve hombres y dos mujeres. Unos resultaban claramente más sospechosos, otros simplemente habían incurrido en algunos silencios de más o contradicciones. El juez no tuvo piedad en estos casos, mandando al calabozo a todos", cuenta Carlos Maza.

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Tras intensas horas de interrogatorios quedaron tres sospechosos principales: Ciriaco Hernández El Brujo, Pablo Vallejo Pablines y Santiago Hernández Chaguete. El Brujo fue detenido, básicamente, porque se llevaba mal con el médico y, además, era el matarife del pueblo. "Ciriaco se dedica en el pueblo al degüello de ovejas, cabras, cerdos... y este oficio le da motivo a saber qué vasos hay que seccionar para que la muerte sea rápida y segura", publicaba El Adelanto

Se rumoreaba que Gaspara Mesón, mujer de El Brujo, mantenía una relación con Leopoldo a espaldas del marido. Incluso se habló de que Ciriaco Hernández había citado al médico en su casa, delante de su mujer, para aclarar los rumores y burlas que circulaban en el pueblo a su costa. También se dijo que no había terminado satisfecho con las explicaciones de su mujer y aquel médico. 

Con Pablines pasaba algo similar, pero en este caso con su hija. Se decía que Leopoldo tenía intención de casarse con ella tras quedar viudo. En cuanto a Chaguete, un testigo le situaba en una de las tabernas del pueblo, horas antes del crimen, diciéndole a dos vecinos que "había que matar al médico".

"Nuestro corresponsal en Béjar señor Caballero, en carta que recibimos ayer, nos participa que nada nuevo hay con respecto al proceso que se instruye con motivo del asesinato de Leopoldo Soler. Nuestro compañero cree, además, que probablemente nada nuevo habrá, y que, por lo mismo, no ha lugar a información alguna. El misterio sigue, pero sin embargo, si éste se aclara o se descubre alguna pista interesante,nuestro activo y distinguido corresponsal, nos tendrá al corriente. Lo mismo decimos nosotros: no hablaremos más de este trágico y lamentable suceso hasta no tener otros detalles que sean dignos de la publicidad", afirmaba El Adelanto el viernes 19 de julio de 1912.

Epílogo

Nunca se supo quién mató al doctor Leopoldo Soler Monje. Los tres sospechosos superaron los largos interrogatorios judiciales y de la Guardia Civil, que tenían fama en aquella época de ser extremadamente duros, y quedaron en libertad. Nunca nadie desveló al autor, o autores, porque desde entonces se considera un crimen colectivo. Al médico lo ha matado el pueblo porque se lo merecía.

Se dice que durante casi 25 años ningún médico permaneció en Cespedosa de Tormes más que unos meses, debido a aquel suceso que conmocionó a la provincia. El maleficio lo rompió Ramón Martín Frutos, que permaneció en el pueblo durante 26 años hasta su jubilación, sin que acabara muerto de madrugada en una calle del pueblo, tal y como le ocurrió a Leopoldo.

Es posible también que, alguna familia del municipio, haya ido guardando un importante secreto durante varias generaciones, desde hace casi 107 años. 

Otros crímenes publicados: El crimen de la doctora GinelCrimen y Castigo en Salamanca, El crimen de Arapiles, El crimen de Castellanos de Villiquera, El crimen de Tardáguila, El crimen de La Hoya

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