El de 1987 fue el año de los sangrientos atentados terroristas de Hipercor y de la casa cuartel de Zaragoza. El de las multitudinarias huelgas estudiantiles y el Cojo Manteca. El año en que desaparecieron los pueblos de Riaño. El del pánico al SIDA. En Salamanca, 1987 pasó a la historia por ser el año de las movilizaciones en Las Arribes contra el cementerio nuclear. También lo hizo por el terrible crimen que tuvo lugar en pleno corazón de la ciudad y que aún permanece en la memoria de muchos salmantinos.
María del Carmen Pérez López tenía 25 años y era una monja carmelita de La Coruña que vivía en Salamanca, ciudad en la que además estudiaba Pedagogía en la Universidad Pontificia. Cada mañana acudía, desde el Colegio Mayor El Carmelo de la avenida de Filiberto Villalobos en el que residía, hasta la sede de la institución universitaria, donde se desempeñaba como una estudiante brillante. Sin embargo, aquel martes, último día de junio y pese a que tenía un examen de la asignatura que impartía el nuevo rector de la Ponti —que ese mismo día tomaba posesión— la joven acudió primero a la Catedral. Allí, testigos la vieron dialogando con un joven de una edad parecida a la de María del Carmen, sin que nada les llamara especialmente la atención ni presagiara lo que iba a ocurrir instantes después.
Un reguero de sangre de unos veinte metros en el interior del templo, según las crónicas periodísticas de la época, quedó como testimonio de lo sucedido, junto a las declaraciones de quienes vieron a la pobre mujer arrastrarse mientras pedía ayuda. "Veinte metros, aproximadamente, hay entre la entrada de la Catedral Nueva por la fachada de la plaza de Anaya y la primera columna del interior del templo. No es mucha distancia, pero puede convertirse en una agonía cuando la sangre —y la vida— se escapa a borbotones del cuerpo de una mujer que ha recibido numerosas puñaladas y busca desesperadamente ayuda humana", relataba El Adelanto aquel caluroso 1 de julio de 1987.
A las 9:15 horas de aquella mañana, el empleado de una zapatería próxima acudía a trabajar justo cuando se cruzó con un joven que salió corriendo de la Catedral hacia la calle Tavira. El individuo llevaba la mano envuelta en una bolsa, pero aquel zapatero no tuvo tiempo de seguirle. En ese momento, una mujer salió del templo tambaleándose y pidiendo ayuda. Un grupo de turistas catalanes la auxilió, alertando a una patrulla de la Policía, que rápidamente trasladó a la mujer herida al Hospital. La chica falleció poco después.
En plena plaza de Anaya el suceso enseguida fue un revuelo. Pese a que era época de éxamenes, en la cercana Facultad de Derecho los hechos se vivieron con profunda indignación, al igual que en los bares y tiendas próximas. Nada más conocerse el crimen, la Policía Nacional inició una intensa labor de investigación que dio sus frutos. A partir de las descripciones de la vestimenta del sospechoso y sus características físicas, pudo ser identificado un joven de 27 años, de nombre José Luis Lago Pérez, que resultó ser el hermanastro de la víctima. En el jersey que llevaba aparecieron manchas de sangre. En su poder fue encontrado un machete, de mango negro y hoja de 18 centímetros, con el que había realizado ocho puñaladas a la víctima. Una de ellas le desfiguró el rostro y otra le alcanzó el corazón.
Un chico extraño, de comportamiento raro
José Luis compartía madre con María del Carmen. En un primer momento se pensó en que el móvil del crimen había podido ser una cuestión de herencias, aunque pronto se descartó, ya que su familia carecía de bienes. "A través de comentarios que han circulado, se ha llegado a especular con que el presunto homicida ofrece signos muy marcados de esquizofrenia paranoide". En su locura, dicen, soñaba que los curas y las monjas le querían matar. Era un chico extraño, de comportamiento raro, según las crónicas de los periodistas salmantinos de Sucesos.
Pese a que no soltó palabra alguna sobre el crimen durante las 48 horas en las que permaneció detenido, afirmando que no recordaba nada de lo que había pasado aquella mañana; el juez instructor consideró que tenía las suficientes pruebas para procesar a José Luis, por lo que decretó su ingreso en prisión. Los indicios de su autoría fueron apabullantes, más aún cuando se supo que en otra ocasión había intentado agredir a su hermana en Madrid, en presencia de algunas compañeras de hábito de la fallecida.
"Algo se muere en el alma cuando un amigo se va"
El funeral de María del Carmen fue multitudinario y tuvo lugar en la iglesia de Las Úrsulas. Al sepelio acudió su madre y sus compañeras la despidieron entre lágrimas y sevillanas, ya que entonaron la composición Algo se muere en el alma, del compositor Manuel Garrido. Unos sesenta sacerdotes concelebraron el funeral por la monja apuñalada, que no llevaba aún un año de su profesión religiosa. El superior provincial de la orden carmelita, Augusto Carreras, consideró que "una muerte tan trágica era sorprendentemente también para la fe", y acabó pidiendo una sola cosa: que al menos, no fuera una muerte inútil.
(Las fotos que acompañan a este artículo fueron publicadas en las ediciones del 1, 2 y 3 de julio de 1987 de El Adelanto y sus autores fueron Foto Metro y Foto Los Ángeles).
Otros crímenes publicados: El crimen de Cespedosa, El crimen de la doctora Ginel, Crimen y Castigo en Salamanca, El crimen de Arapiles, El crimen de Castellanos de Villiquera, El crimen de Tardáguila, El crimen de La Hoya.
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