La pena capital se mantuvo vigente en el país patrio durante varios siglos.
Pese a su inicial abolición durante la Segunda República, la pena de muerte se instauró de nuevo en España de la mano del código Penal común allá por 1938, concretamente el 5 de julio, y no fue hasta la Constitución de 1978 cuando se abolió de manera definitiva aunque, eso sí, se mantuvieron algunos matices en el Código de Justicia Militar, anulado posteriormente en la ley orgánica de 1995.
Lo cierto y verdad es que si hay un método de ejecución que ha trascendido en los anales de la historia con sello español es el Garrote Vil; de hecho, en la Europa de finales del siglo XVIII, se citaba al garrote como “el garrote español”.
A lo largo del territorio nacional, fueron numerosos los delincuentes que perecieron bajo la macabra estructura de hierro, en un burdo intento por purgar sus atroces crímenes.
Sorprendentemente, el garrote fue calificado como la forma “más humana” de acabar con la vida del delincuente.
El Garrote Vil
En sus orígenes más primitivos, el garrote estaba conformado por una cuerda atada a un palo o a una argolla gracias a la cual el verdugo estrangulaba al reo provocando su muerte casi de forma inmediata, independientemente de que éste estuviera sentado o de pie, aunque debía estar atado a un poste para que el invento lograra su cometido.
Con el paso de los años, y el innegable incremento de su empleo, la estructura se fue modernizando y adaptando a las necesidades que requerían su uso.
El garrote terminó sustituyendo a la horca, el otro método más empleado en el país patrio para ejecutar las penas de muerte, y, ya por entonces, se había incorporado un collar de hierro al que adherían un tornillo el cual tenía como misión la rotura del cuello y la dislocación de la apófisis de la vértebra axis y la inducción del coma cerebral.
La técnica fue evolucionando hasta incorporar una gargantilla metálica a la que posteriormente se le adhirió una pieza metálica que hacía aún más cruel si cabía el procedimiento ya que, ésta, remataba la rotura de las vértebras y del bulbo raquídeo.
Técnicamente, tal y como figura en documentos del momento, la intención de todas estas añadiduras era provocar la muerte de forma rápida e inmediata aunque, a posteriori, se ha demostrado que se lograba todo lo contrario.
Tal era el interés de los propios verdugos por hacer sufrir lo menos posible al reo, que incluso llegaron a destacar dos nombres en lo que a innovación en estos cruentos asuntos se refiere: Nicómedes Ménendez y Gregorio Mayoral se convirtieron en dos profesionales sumamente destacados en su gremio dado su interés por tratar de dar con la fórmula perfecta que redujera a cero el sufrimiento de los reos, logrando así una muerte rápida e indolora.
Condenados a Garrote Vil en Salamanca
Los medios de la época relataban la ejecución del asesino Manuel Gonzalez Manzano, vecino de Parada de Rubiales, como algo fuera de lo habitual "en una provincia tan civilizada como Salamanca".
Tal y como se recoge, González Manzano asesinó brutalmente a Jacinta Arrut y a su hijo Remigio Moriñigo; para más inri, hirió de gravedad al otro vástago de Jacinta, de nombre Rafael.
El asesino fue detenido y posteriormente interrogado, negando en todo momento los hechos; sin embargo, las manchas de sangre que salpicaban sus ropas terminaron por delatarle.
Asimismo, la declaración de Rafael, el único superviviente de la familia, fue clave para determinar la condena de Manuel.
Tal y como relató la víctima, Manuel González se introdujo en el domicilio de Jacinta Arrut saltando una tapia y accediendo así a la cocina de la casa, huyendo Arrut despavorida de la estancia.
Pese a su intento de huida, Jacinta fue sorprendida por el que se convertiría en su asesino, el cual cosió de forma atroz y despiadada a la mujer a puñaladas.
Acto seguido, tras darle muerte a Jacinta, el vil asesino emprendió la búsqueda de los hijos de la misma, dando con ellos en una de las habitaciones del domicilio.
González Manzano asió a Remigio del pelo y le degolló. Rafael, por su parte, logró esconderse debajo de la cama burlando a la muerte.
Nunca se supo el móvil de los atroces asesinatos porque, tal y como constó, Manzano no tenía vínculo alguno ni con Jacinta ni con ninguno de sus hijos.
Tras un juicio en el que Manzano trató de exculparse inútilmente, el tribunal finalmente dictó sentencia condenando a Manuel González a morir en Garrote Vil en, ni más ni menos, que la Plaza Mayor.
Otro de los crímenes acaecidos en Salamanca, y cuya sentencia condenó a los asesinos a morir en garrote, ocurrió en Peñaranda de Bracamonte la noche del 22 de febrero de 1889.
Las víctimas del cruento crimen fueron dos mujeres, Gervasia y Dolores, señora y criada respectivamente.
El hallazgo de sus cuerpos, despiadadamente mutilados y deformados como consecuencia de haber recibido numerosos hachazos, se produjo a la mañana siguiente de los hechos.
Tras llevarse a cabo las investigaciones pertinentes, se supo que los autores de tan macabro acto habían sido tres hombres: Francisco Martín Siages, quien trabajaba en el domicilio de Gervasia, Agustín Martín Gómez y Ricardo Sánchez Almagro.
El móvil del crimen fue, únicamente, el económico.
Tras la celebración del juicio, la pena a la que fueron condenados por un jurado popular fue pena capital, es decir, la de «muerte en garrote vil con la accesoria, caso de indulto, de inhabilitación absoluta perpetua y además en los costes procesales por terceras partes».
La ejecución tuvo lugar la tarde del 18 de febrero de 1890.
El crimen de Huerta, otro caso que conmocionó a Salamanca, ocurrió la noche del 13 de octubre de 1914.
Un vecino de dicha villa, Luis García, fue brutalmente asesinado de un hachazo en la cabeza asestado por otro hombre, de nombre Francisco García.
Pese a la agresión inicial, la cual causó la muerte inmediata de la víctima, Francisco continuó propinándole hachazos, hasta seis, en el cráneo.
Una vez cometido el asesinato, Francisco se adentró en el domicilio de Luis y robó todo cuanto encontró a su paso.
Sin embargo, Luis no actuó solo ya que, relatan las crónicas, pese a haber sido él quien cometió el crimen, estuvo en todo momento acompañado por tres secuaces: Francisco Crespo, Felipa Bellido y Bernardo Crespo.
Finalmente, se dictó sentencia condenando a garrote a Luis y a sus cómplices, por su parte, a cumplir penas de prisión que oscilaron entre los 7 y los 10 años.
Otras de las condenas a muerte llevadas a cabo con el garrote en Salamanca fue la de los cuatro asesinos del crimen de Ituero de Huebra; este macabro crimen acaeció el 20 de febrero de 1897 y su móvil no fue otro que el económico.
Tal y como relataban los periodistas de aquella época, Tomás Pereña, Pedro Manso, Manuel Sánchez y Sebastián Sánchez, asaltaron la noche del veinte de febrero la casa del párroco del pueblo, Bonifacio Cabezas García, con la intención de robarle el dinero y todo aquello que pudiera ser de valor.
Su macabro plan comprendía la muerte violenta del religioso, a quien asesinaron empleando el método de la asfixia.
Una vez hecho lo anterior, los cuatro asesinos revolvieron el domicilio dando, únicamente, con unas cuantas monedas de cobre y un pañuelo; botín que, posteriormente, se repartirían.
Tras llevar a cabo los hechos, los cuatro hombres abandonaron el domicilio dejando, a su paso, una testigo visual de los mismos: la criada del sacerdote.
El juicio por el crimen de Ituero se celebró en la Audiencia Provincial de Salamanca en abril del mismo año en el que habían ocurrido los hechos.
El resultado de los mismos derivó en una sentencia en la que se condenaba a los cuatro asesinos a muerte en garrote.
La ejecución, como era habitual, fue pública, y los cronistas que la relataron para los medios de comunicación de entonces narraron, con crudeza, que en torno a diez mil personas habían acudido a presenciarla.
Una de las últimas ejecuciones en garrote acaecidas en Salamanca por asuntos penales tuvo como protagonista a Juliana Martín, oriunda del pueblo salmantino de Ciudad Rodrigo.
Juliana fue condenada a morir en garrote tras asesinar, en Arapiles, a un hombre discapacitado con intención de robarle.
La ejecución, a la que numerosos salmantinos se opusieron, tuvo lugar en uno de los patios de la antigua cárcel de Salamanca.
Pese a los intentos de una parte de la sociedad salmantina por indultar a la rea, Juliana murió, entre alaridos de clemencia y súplica, en una ejecución en la que, a diferencia de otras, no había gran público.
Tras la ejecución de la sentencia, una bandera negra ondeó bajo el cielo plúmbeo que se cernía sobre Salamanca.
Tienes que iniciar sesión para ver los comentarios