En Salamanca ocurría exactamente lo mismo que en el resto del país y, además, estaba también la lacra del terrorismo, por lo que la principal preocupación de los ciudadanos de los ochenta era, básicamente, su propia seguridad. En esas estaba la ciudad cuando en 1979, un hombre llamado Manuel Mateos, que era dueño de una lavandería en la avenida de Portugal, revolucionó el ámbito de la seguridad privada en Salamanca.
Y eso que la seguridad privada no era una novedad. Existía desde 1849, tal y como recoge el Preámbulo de la Ley de Seguridad Privada. Los primeros 'Guardas de Campo Jurados' tenían como misión, en tiempos de Isabel II, la de vigilar cotos, villas, fincas, parques y pequeñas áreas rurales privadas. Pero fue con el régimen franquista cuando la labor del guarda jurado se abrió a la de protección también de las empresas. Al poco de acabar la Guerra Civil, un decreto autorizó a las grandes industrias a crear para su uso interno un cuerpo de seguridad. A finales de los sesenta y principios de los setenta los guardas jurados comenzaron a ser considerados como un elemento importante para la seguridad. Así, empezó a extenderse su uso a través de las empresas de seguridad, en centros comerciales, urbanizaciones y otros ámbitos. Prosegur, por ejemplo, fue fundada en 1976.
Así que a Manuel Mateos se le ocurrió fundar su propia empresa de seguridad. La llamó Protección y Vigilancia S.A., pero sus miembros pasarían a la posteridad por el nombre de Panter.
El origen
Bienvenido García de Arriba es una leyenda viviente de la hostelería en Salamanca. Él puso en marcha los míticos Country, Café Moderno y De Naval Genovés (apodado El Submarino) en 1980, 1982 y 1984 respectivamente. Sin embargo, tanto Bienvenido como sus dos socios fueron panter antes de ser empresarios. De hecho, se conocieron siendo seguratas.
"Recuerdo perfectamente aquel tiempo porque fue muy intenso y yo tenía 23 años", cuenta Bienvenido a SALAMANCA24HORAS. "El dueño comenzó una campaña publicitaria muy importante en los periódicos para captar trabajadores. No te puedes imaginar lo duras que eran las pruebas de acceso", explica. Un total de 35 jóvenes pasaron la entrevista y las pertinentes pruebas de la Subdelegación del Gobierno y realizaron la formación entre los meses de junio y septiembre. "Hicimos un curso de rapel en las ruinas del puente de la Salud, tomamos un curso de kárate con Alberto Aragón, otro de natación y socorrismo; otro de ejercicios de educación física con el profesor García Lavera, estudiamos Derecho Penal y Constitucional... y claro, hicimos muchas prácticas de tiro", recuerda Bienvenido.
Bancos y puticlubs
Los panter vestían como las series estadounidenses de la época. "Parecíamos los hombres de Harrelson, porque llevábamos un uniforme negro con gorra, botas altas y el símbolo de una pantera. La verdad es que el uniforme era impresionante", dice el hostelero jubilado. También llevaban un revólver al cinto del calibre 38, los primeros meses sin munición, pero luego sí llegarían a usarlo. Tenían varios vehículos blindados para hacer la patrulla nocturna y también perros adiestrados para hacer las rondas. Claro, los panter comenzaron a dejarse ver por Salamanca y desde entonces su impronta es legendaria.
"El dueño montó el negocio para llevar la seguridad en las sucursales bancarias de la ciudad, pero al principio no le salió bien y no consiguió los contratos que esperaba. El asunto, entonces, degeneró un poco porque pasamos a ocuparnos de la seguridad en clubs de alterne, pero también en naves industriales y joyerías. Y después, cuando ya tenía contratos con bancos, era curioso ver cómo se le quedaba de blanca la cara a algún director de tal sucursal por la mañana al que horas antes habías saludado en el club por la noche", cuenta entre risas Bienvenido.
Una pregunta en el Congreso de los Diputados
La presencia de los panters en las calles de Salamanca no se vio exenta de problemas desde sus comienzos. El 5 de febrero de 1981, el Boletín Oficial del Congreso de los Diputados recogió una pregunta planteada por el diputado por Salamanca perteneciente al Grupo Parlamentario Socialista y profesor universitario, José Miguel Bueno y Vicente, que interpeló al presidente del hemiciclo, Landelino Lavilla, sobre la actuación en la ciudad "de los grupos armados denominados PANTER, de la empresa privada (Protección y Vigilancia S.A., dedicada a ofrecer servicios de seguridad". El encabezamiento de la pregunta decía así:
"Desde hace algunos meses vienen actuando en Salamanca los denominados Grupos Panter. La empresa dispone de una veintena de vigilantes jurados a su servicio. Entre el material móvil de que dispone, destacan varios vehículos especialmente dotados para patrullar por las calles. Estos coches están llamativamente decorados y disponen de medios disuasorios y de emisores-receptores para comunicaciones. La empresa coordina su acción de seguridad desde un centro neurálgico. Los vigilantes jurados efectúan su trabajo uniformados formando grupos de a dos por coche. Individualmente portan armas de fuego, porras reglamentarias y esposas para detenciones. Cada equipo utiliza un perro pastor alemán amaestrado. La vigilancia de viviendas, locales comerciales o industriales es efectuada por los Grupos Panter con rondas periódicas. Esto obliga a los efectivos de Protección y Vigilancia atener que circular constantemente con sus vehículos por las calles salmantinas, y a desembarcar frecuentemente de ellos para realizar su servicio en las mismas aceras de aquellas a la vista del público y de los viandantes".
La pregunta parlamentaria aseguraba que los Panter se habían hecho "reiterativamente visibles" por las calles de Salamanca, dando una imagen "de patrullas paralelas" a las realizadas por los servicios oficiales de la Policía Nacional o de la Policía Municipal. Además, hacía mención a ciertas situaciones "anómalas y tensas" por "problemas de competencias". Así, el diputado explicaba que en la madrugada del 1 de enero de 1981, un sargento y tres policías municipales pidieron a dos panter que aparcaran correctamente su coche. "El grupo en cuestión no sólo se negó a ello, sino que uno de los elementos adoptó una actitud de despecho y enfrentamiento hacia la Policía Municipal, alegando, entre otros, que "ellos eran la autoridad" e hizo ademán varias veces "de desenfundar su arma corta e instigó a atacar al perro que le acompañaba".
La consulta terminaba diciendo: "¿Es consciente el Gobierno de los efectos que puede producir en el pueblo salmantino el constante patrullar de los grupos privados Panter por las calles de Salamanca, en parecidos términos que los servicios de la Policía Nacional o los de la Policía Municipal? ¿No cree que ello puede producir un deterioro psicológico y moral en los policías nacionales y municipales que, de forma abnegada y eficaz, detentan, con arreglo a la ley, la corresponliente e intransferible autoridad para desempeñar las altas funciones de proteger a las personas y a las cosas, tanto privadas como públicas, y de velar por la seguridad ciudadana?".
"Yo he sido Panter, la verdad sobre este grupo salmantino", una carta en El Adelanto
En algún momento de 1981 la empresa comenzó a tener problemas de liquidez, tal y como se desgrana en la hemeroteca y confirma Bienvenido García de Arriba, que dejó la empresa cuando le debían 50.000 pesetas de la época. Una pasta. Curiosamente, en los primeros días de mayo de 1981, apareció una relevante carta al director de El Adelanto redactada por un antiguo panter, de nombre Antonio Prada, que desgranaba algunas situaciones confusas dentro de la empresa y afirmaba que los trabajadores se jugaban el tipo por "migajas". El primer capítulo de la carta fue publicada íntegramente (y muy leída) en El Adelanto. Sin embargo, el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Salamanca prohibió la difusión del segundo capítulo, tras recibir una denuncia de injurias por parte de la empresa contra la publicación.
La prohibición generó otras dos cartas más. Una de antiguos trabajadores, muchos de ellos jefes del Grupo, que solicitaban que se siguiera publicando. Otra de miembros en activo, que trataban de aclarar la situación de la empresa.
Un disparo mortal en Campoamor
Sin embargo, pese a la dura pregunta efectuada en el Congreso y la polémica suscitada en la prensa, los Panter siguieron funcionando. Uno de sus últimos capítulos tuvo lugar en la madrugada del 11 de enero de 1982, cuando un joven murió en la calle Guatemala, como consecuencia del disparo efectuado por un panter que le perseguía, tras haberle sorprendido junto a otros dos compinches en el interior del bar Torres, situado en el número 19 de la avenida de Campoamor.
Según indicó entonces la Comisaría de Policía y recogió El País, los presuntos ladrones se dieron a la fuga, pero uno de ellos, la víctima, fue descubierto poco después bajo un Land Rover por uno de sus perseguidores. La policía afirmó que al intentar proceder a su detención se produjo un forcejeo y un disparo del arma reglamentaría del vigilante que mató al caco. El Adelanto recogió que el fallecido tenía 33 años y era natural de Aldea del Cano (Cáceres). Se llamaba Antonio García Gil. Fue la herida de muerte de los Panter.
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