Alba de Tormes sigue en shock. El pueblo todavía no se creelo que sucedió este domingo. Nadie. Ni las familias ni los conocidos ni elresto de vecinos. Todo el mundo desearía que fuese una pesadilla de la quepudieran despertar. Nadie asimila que nunca más volverá a ver a Raquel (17),Víctor (17), Roberto (19) y ‘Ocho’ (20).
Cuatro jóvenes con toda una vida por delante y que sedespidieron de sus familias para irse a las fiestas de Santa Inés, sin saberque sería la última vez que decían adiós. Nadie pensaba que jamás iban a volverde aquel pueblo después de una noche de risas y alegrías con sus amigos de todala vida.
Y eso se notaba en el pueblo. Ni un alma en las calles salvoen el pabellón, que albergaba el funeral de los cuatro chicos. Todo el puebloestaba allí. Los llantos y los abrazos eran la tónica general, especialmenteentre esa generación que está a punto de cumplir los 18 años y que no entendíancomo les podía haber pasado eso a sus amigos. A sus compañeros de colegio. Asus vecinos.
Pese a que el funeral estaba previsto a las 11 horas, más deuna hora antes el pabellón estaba a rebosar. Todos los vecinos queríanacompañar unas familias que no tenían fuerzas ni para llorar. Ni podían niquerían creer que sus hijos, nietos, sobrinos o primos habían fallecido devuelta a casa.
Según pasaban los minutos, el calor iba en aumento, al igualque la tensión y la tristeza. Se acercaba el momento de comenzar a darle ladespedida a los cuatro niños. Sus amigos no podían estar cerca de los féretrosporque se les venía el mundo encima, al igual que a los familiares, pero ellossí estaban. No por obligación, sino porque no querían alejarse de sus hijos. Noquerían que esta pesadilla comenzase su parte más cruda.
A las lágrimas y a las gafas de sol comenzaron a unirse centenaresde abanicos que trataban de refrescar un poco el ambiente. Pero varios fueronlos mareos que hubo, especialmente entre algún que otro familiar. Igual más porel disgusto que por el calor, pero tanto la Cruz Roja como los psicólogos del112 trataban de ayudar, pero no daban abasto.
“Una generación perdida”. Era lo que más comentaban losvecinos que allí se agolpaban para despedir a Raquel, Víctor, Roberto y ‘Ocho’.Cuatro jóvenes, además, implicados con el pueblo, y que a buen seguro yaestaban preparando con su peña las fiestas del mes que viene. Unas fiestas que,ni por asomo, van a ser tal.
Alba de Tormes amaneció ayer llorando. Y hoy seguía. Y asíestará los próximos días, porque este es un golpe del que va a costarrecuperarse. Más aún después de ver a las madres de algunos de los fallecidosno queriendo separarse del ataúd. No queriendo dejar ir a su niño, a su ojitoderecho.
Tampoco sus amigos querían dejarlos ir. Ni aquellos quehabían estado con ellos en Santa Inés, ni aquellos que esperaban ir de fiestaal siguiente pueblo para seguir haciendo esa ruta veraniega que es típico entretodos los veinteañeros de Salamanca, cada uno en su comarca.
Este verano nunca será olvidado en la villa ducal. Y ojalápudiese no ser recordado. Ojalá poder dar marcha atrás y cambiar todo losucedido. Es lo que piensan todos y cada uno de los vecinos del pueblo que hoyestuvieron en el pabellón. Es la mayor desgracia que vive en mucho tiempo nosólo Alba de Tormes, sino la provincia de Salamanca entera.