En 1936, un mes después de dar comienzo la Guerra Civil en España, la comarca de la Armuña vivió uno de los hechos más sádicos y sangrientos de toda la provincia. Algo que ha llegado a salir en varios medios de comunicación durante los años 70 y que ha hablado sobre la historia de uno de los alcaldes, junto al párroco, que eligieron a dedo a quien se iba a sentenciar a muerte en los propios comienzos de la denominada ‘Guerra entre Hermanos’.
Según nos ha relatado uno de las familiares, todo comenzó una madrugada del verano del 36, donde varios militares de los sublevados, a la fuerza, entraron en varias casas de la localidad pedroseña para llevarse detenidos a hombres del pueblo. Entre esos nombres, estaban Valentin Póveda, Paulino Póveda , Salvador González, Agustín González, José Caballero, Manuel Martín y Simón Rodríguez.
Nos adentramos en la familia de Julia González, una mujer que tras la pérdida de su marido, sacó adelante a su familia, económicamente, a través de amamantar a los hijos e hijas de sus vecinos. Una señora fuerte y luchadora, que por la situación de la propia época, tuvo que casarse con el hermano de su exmarido, según han relatado ella y otras viudas en la antigua revista Interviú, al igual que Agustín Salgado en su libro “La Grama”, donde ha explicado todo lo que había estado ocurriendo a espaldas de los habitantes.
"Ahora el cura ha negado que confesase a aquellos hombres, dice que él no sabía que los fueran a fusilar pero, aún así, le queda la responsabilidad de no haber impedido que se los llevaran”
En palabras de la viuda, refiriéndose al cura del pueblo por aquel entonces, y que más adelante, en la década de los 70, había impartido misa en Salamanca: “la responsabilidad del cura, fue enorme: él llamó a los falangistas y él confesó o trató de confesar a los detenidos... Gracias a las influencias de uno de la CEDA, dejaron libre a don José, el médico, que así logró salvar su vida... Ahora el cura ha negado que confesase a aquellos hombres, dice que él no sabía que los fueran a fusilar pero, aún así, le queda la responsabilidad de no haber impedido que se los llevaran”. Añadió, además, que “en otros pueblos, los menos desgraciadamente, el cura se opuso a los falangistas y allí nada ocurrió”.
Juan Caballero, nieto de uno de los fusilados, ha relatado para SALAMANCA24HORAS que “en pueblos como Espino de la Orbada o Arabayona, tanto los curas como los alcaldes se opusieron a que se los llevaran y lograron salvar la vida a los que querían condenar”.
A día de hoy, se desconoce a ciencia cierta el por qué se los llevaron, pero habitantes del pueblo han explicado que “en muchos casos o señalaban a dedo, decían que pertenecías a un sindicato o eras concejal de pueblo”. El ser izquierdista te guiaba sin marcha atrás hacia una muerte asegurada.
El mismo Juan Caballero ha descrito la escena que se vivió tras detenerlos, y es que “se llevaron a diez, pero dejaron vivos a dos. Estos dos, enterraron en La Orbada a sus ocho compañeros. Tras cavar la tumba de los muertos, los llevaron para fusilarlos a la Fuente de la Platina. A mi abuelo le dispararon, pero como vieron que se movía aún, le pasaron un camión por encima para rematarlo”.
"En este pueblo llamaban a las puertas, y hacían salir desnudos a los ancianos. Además, les hacían cantar el ‘Cara al Sol’"
Una serie de acontecimientos que parecen estar sacados de cualquier película, pero que han ocurrido a 26 kilómetros de la capital. Una historia, además, no solo de superación, sino de coraje y de lucha a contracorriente. Dominica Rodríguez, viuda del hijo de uno de los fusilados, de Jesús Caballero, ha explicado a este medio que “en este pueblo llamaban a las puertas y hacían salir desnudos a los ancianos. Además, les hacían cantar el ‘Cara al Sol’ por todo el pueblo. Por ejemplo, a otras personas, de las que se hubieran enterado que habían hablado algo en contra del futuro régimen, les cortaban el pelo, sobre todo a las mujeres”.
En otros casos, llegaron a rapar a las hijas de los fusilados e, incluso, a algunas de las propias féminas, las llegaban a atar en la plaza del pueblo por pensar diferente. En este último caso, el padre de una de las chicas tuvo que ir a rogar a los militares para que pudiera amamantar a sus hijos.
En otro de los casos, pero en Cantalpino, a una de las viudas, que ha preferido no dar su nombre para ninguno de los medios, ha explicado cómo la violaron entre cinco falangistas delante de su marido, al cual apuntaban con una pistola en el pecho para que mirase la escena.
Asimismo, el miedo se apoderó del pueblo y, como era normal por aquel entonces, el silencio reinó durante varias décadas hasta la muerte del Generalísimo. Del mismo modo, no solo se acusó al cura del pueblo, que después daría misa en la Iglesia de San Juan Bautista de Salamanca, sino que los habitantes han tenido claro que el alcalde por aquel entonces fue partícipe de esta masacre. El sadismo se aprovechó de la situación y la imagen quedó grabada en la retina de esas viudas, de los niños que crecerían sin padre y de los propios pedroseños.
Una historia que aún han seguido contando los ancianos del pueblo, antes hijos y nietos de los mártires. Una cuestión que comenzó a finales de los 30, y que aún han recordado, en algunos casos, con lágrimas en los ojos. Las historias de muchas mujeres, que ya no viven, ahí quedaron, sepultadas junto a sus maridos y a expensas de que, al igual que cualquier acontecimiento histórico como tal, no se vuelva a repetir.