Agosto de 1964 en pleno campo charro. Una noticia sacude a toda la zona y también a la capital salmantina. Gonzalo de Aguilera Munro, conde de Alba de Yeltes acaba de matar a sus dos hijos en la finca Sanchiricones, situada en el término municipal de Matilla de los Caños. Según rezan los diarios de la época y documentos sobre este suceso, en pleno brote de locura, el conde, que llevaba meses con un importante deterioro físico y emocional y amenazaba con suicidarse, había logrado esconder un viejo revólver de entre todas las armas que habían sido precintadas por la Guardia Civil. Sus dos hijos, Gonzalo y Agustín, de 47 y 39 años respectivamente se habían trasladado a la finca para ayudar a su madre ante el preocupante estado del padre.
El conde sacó el arma cuando su hijo Agustín entró en su habitación y, aunque intentó huir, fue alcanzado y falleció. En ese momento su hermano Gonzalo acudió en su ayuda al oír los disparos y recibió un tiro en el pecho. Su mujer, Magdalena se refugió fuera de la vivienda. Eran los únicos familiares que había en la casa en ese momento ya que la nieta y la madre de esta estaban fuera. Gonzalo se entregó a la Guardia Civil sin poner resistencia y fue internado en el Hospital Psiquiátrico Provincial, donde permaneció hasta que falleció en mayo del año siguiente a la espera de un juicio que no llegó a celebrarse.
Un hecho que causó conmoción primero por el carácter aristocrático de la familia y segundo, por el propio carácter del conde, que siempre fue radical, polémico, independiente y singular, algo que hizo que en la España de la posguerra se sintiera desplazado y que no cuajara bien en la sociedad salmantina desde su llegada a la finca.
Luis Arias González, en su libro ‘Gonzalo de Aguilera Munro, XI Conde de Alba de Yeltes (1886-1965). Vidas y radicalismo de un hidalgo heterodoxo’, editado por la Universidad de Salamanca, hace un completo repaso por la vida del polifacético conde que participó en la Gran Guerra del 14 y fue Oficial de Prensa al servicio de Franco. Un aristócrata que, según detalla González en su libro, no cumplió con las encorsetadas exigencias sociales de la época y que fue considerada una oveja negra en muchos ámbitos. Una vida peculiar desde su nacimiento, ya que sus padres se casaron cuando el tenía 13 años, algo insólito entre la aristocracia de la época. Estudió en Inglaterra y Alemania, vivió en Madrid una vida disoluta de señorito, se hizo oficial del ejército, estuvo destinado en Marruecos. Viajó como comisionado por su conocimiento en idiomas y tuvo a sus dos hijos sin estar casado.
Gonzalo de Aguilera fue conocido entre la sociedad de la época por su noviazgo con Inés Luna Terrero, fue el pionero de la radiofonía sin hilos en Salamanca en los años veinte y voló en autogiro como copiloto con Juan de la Cierva. Partidario de la monarquía, durante el Franquismo se produce en él una importante desafectación al régimen al ver que no se repone en su puesto al rey, algo que incluso proclamó en público por lo que le impusieron multas. Es en ese momento cuando se asienta en la casa de Sanchiricones, yendo a la capital para pasar algunas temporadas, y este será el lugar en el que en los últimos años de su vida cae en un proceso de autodestrucción que culmina con el asesinato de sus dos hijos y los ocho meses de demencia posteriores hasta su muerte. Un caso que no tuvo mucha repercusión en los diarios de fuera de la provincia salmantina se cree que, por la censura de la época que intentó reducir el impacto social de la noticia por tratarse de una familia aristócrata. Según González, en el hospital no quiso recibir visitas y tras su fallecimiento, encontraron en la habitación escondidas todas las pastillas de la medicación que tenía recetada.