La testosterona es una hormona del grupo de los andrógenos segregada principalmente por los testículos, las glándulas suprarrenales y, en mucha menor cantidad, por los ovarios. Aunque los niveles más altos se presentan en hombres, las mujeres también segregan bajas cantidades.
Tiene efectos en la masculinización durante el desarrollo embrionario, tras el nacimiento y en la pubertad (formación del pene y los testículos o la transformación de la voz), genera un incremento de la masa muscular, masa ósea y del vello facial y corporal, y está relacionada con el deseo erótico.
Según informa el diario El Confidencial, los expertos afirman que, para mantener unos niveles adecuados de testosterona, es conveniente que nuestra dieta sea equilibrada y saludable, y aseguran que no hay alimentos que por sí solos tengan la propiedad de incrementar los niveles de esta hormona en las personas.
María Ballesteros, coordinadora del área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), médico especialista en Endocrinología y Nutrición, señala que aunque la dieta es uno de los factores más importantes relacionados con la salud, “ningún alimento aislado 'per se' induce un aumento de testosterona. Lo que sí ocurre es que una dieta poco saludable, sobre todo por su efecto en la obesidad, puede producir un descenso de testosterona”.
La doctora Ballesteros explica que este tipo de enfermedad “en ocasiones se relaciona con hipogonadismo, lo que supone descenso de testosterona en los varones. También la obesidad y la resistencia a la insulina pueden contribuir al llamado síndrome de ovario poliquístico, que supone en las mujeres un exceso de andrógenos, entre ellos testosterona, que es desfavorable para la salud”.
Uno de los estudios que ha cuantificado la carga de enfermedad atribuible a factores dietéticos específicos es el publicado este año en la revista médica 'The Lancet', titulado 'Health effects of dietary risks in 195 countries, 1990–2017: a systematic análisis for the Global Burden of Disease Study 2017', que evaluó el consumo de alimentos y nutrientes importantes en 195 países. Los datos extraídos del informe han demostrado que, en 2017, 11 millones de muertes y 255 millones de años de vida ajustados por discapacidad (AVAD) se debieron a una dieta inadecuada. Los principales factores que favorecieron estos fallecimientos a nivel mundial fueron: la alta ingesta de sodio (3 millones [1–5] muertes y 70 millones [34–118] AVAD), la baja ingesta de granos enteros (3 millones [2–4] muertes y 82 millones [59–109] AVAD) y la baja ingesta de frutas (2 millones [1–4] muertes y 65 millones [41–92] AVAD). El estudio concluye que los malos hábitos alimenticios están asociados con una variedad de enfermedades crónicas como son las enfermedades cardiovasculares, la diabetes tipo 2 o la obesidad.
La doctora Ballesteros manifiesta que “ningún alimento es saludable por sí mismo, sino que lo saludable es el patrón dietético general del individuo”. Por ello, desde la SEEN se establece como modelo de dieta a seguir la dieta mediterránea (DM), que “previene el desarrollo de numerosas enfermedades crónicas como la diabetes, la obesidad, enfermedades cardiovasculares o algunos tipos de cánceres”.
Entre las recomendaciones que fija la SEEN, dentro del patrón DM, está el consumo de alimentos ricos en fibra, minerales y antioxidantes, usar preferentemente aceite de oliva virgen tanto para cocinar como para condimentar ensaladas, disminución del consumo de grasas animales, comer más pescado que carne, reducir la ingesta de carnes rojas y embutidos, evitar el consumo de alimentos elaborados con aceites vegetales hidrogenados o grasas vegetales y/o animales, tomar huevos, evitar alimentos y bebidas con elevados porcentajes de azúcares, evitar tomar alimentos ultraprocesados, ingerir dos raciones diarias de lácteos, utilizar sal yodada en los platos, hacer ejercicio diariamente y beber preferentemente agua. Todo ello, en cantidades moderadas para mantener un peso adecuado.
Natalia Urteaga, bioquímica y sexóloga evolutiva, miembro de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS), indica que niveles bajos de testosterona podrían relacionarse con “disminución de la densidad ósea, del volumen de semen, alteraciones del sueño o del estado de ánimo, pérdida de masa muscular, alopecia, crecimiento de las mamas en el hombre o disminución del deseo erótico. Mientras que niveles elevados de testosterona podrían asociarse con formación de coágulos en el sistema circulatorio, aumento de riesgo de enfermedades cardiovasculares, agrandamiento de la próstata y problemas urinarios, estados de ánimo más agresivos o calvicie”.
Urteaga no considera que la dieta -a no ser que vaya acompañada de determinados suplementos- sea determinante en los niveles de testosterona. No obstante, continúa, “cuando hablamos de mejorar estos niveles, ¿de qué hablamos realmente?, ¿cuál sería el objetivo a conseguir?: ¿aumentar el deseo erótico?, ¿mejorar la salud?, ¿cultivar la sexualidad? Sabemos que dieta, descanso y movimiento equilibrados contribuyen a mejorar nuestra salud. Emociones, pensamientos, relaciones y sexualidad equilibradas son igualmente relevantes”.
Esta experta en bioquímica comenta que “la dieta y las hormonas tienen su importancia, cierto, pero las emociones son muy poderosas”. Y aconseja que “antes de recurrir a suplementos que estimulen la producción de testosterona -o de cualquier otra hormona- es conveniente acudir a un profesional que, tras los estudios necesarios, determine si prescribirlos o no”.
Una opinión, la de recurrir a expertos para solucionar este tipo de disfunciones, con la que coincide la coordinadora del área de Nutrición de la SEEN, quien asegura que los alimentos no son estimulantes de la testosterona y que, en caso de producirse un problema hormonal relacionado con la testosterona, “lo importante es diagnosticar y tratar la causa”, y aconseja acudir a un especialista en Endocrinología y Nutrición, Medicina de Familia y/o Urología. Y para evitar el descenso en la testosterona, “hay que seguir insistiendo en que una dieta saludable influye de forma muy favorable en nuestra salud, más allá de sus efectos sobre el peso que, por supuesto, también son relevantes”, concluye María Ballesteros.