Nacido en Rímini, Federico Fellini viajó a Roma con tan sólo 18 años para intentar ganarse la vida como dibujante y periodista, facetas que el cineasta exploró con poca fortuna. Su destino, sin embargo, estaba pegado al celuloide y a la ciudad eterna, aunque Fellini dedicara a su raíces cintas tan celebradas como 'La strada' (1954), protagonizada por su musa, actriz fetiche y eterna amantísima, Giulietta Masina, o 'Amarcord' (1973), ambas galardonadas con el premio Oscar.
El primer éxito comercial de Fellini le llegó con 'Los inútiles' (1953), una cinta de cariz neorrealista en la que un grupo de jóvenes de un pueblo de la costa adriática -marcada referencia a Rímini- tienen aspiraciones distintas. Uno de ellos fantasea, al igual que el propio director, con la gran ciudad, algo que se repetirá de forma continua en su filmografía posterior. Porque si alguien protagonizó su obra además del propio Fellini, fue Roma.
Roma, eterna inspiración
Fellini retrató Roma desde una suntuosa fascinación, desde una continua crisis y desde las más altas y elitistas de las esferas, pero también desde la crueldad de la ciudad hacia los más ingenuos y soñadores. Una crueldad reflejada en cintas como 'Las noches de Cabiria' (1957), sobre los incansables intentos de una prostituta romana, interpretada de nuevo por Masina, que sueña con encontrar el amor y cuya bondad no conoce límites, con la que el cineasta ganó de nuevo el premio de la academia de cine estadounidense.
Fellini dedicó a la capital italiana algunas de sus películas más emblemáticas, como la citada anteriormente, o la propia 'Roma' (1972), una inspirada ensoñación sobre la urbe con secuencias abigarradas y a medio camino entre la ficción, la no-ficción y la autoficción. Pero quizá su dedicatoria más recordada a la ciudad de sus amores fue la inolvidable Roma por la que Marcello Mastroianni pasea en 'La dolce vita' (1960), su única Palma de Oro en Cannes.
El legendario baño de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi es, posiblemente, uno de los momentos más emblemáticos de una cinta monumental y depresiva, así como inspiración indiscutible de 'La gran belleza', la más aclamada de las películas de Paolo Sorrentino que, en su admiración de la ciudad romana, crea un hermoso diálogo entre el flaneur de Toni Servillo y el introvertido paseante de Mastroianni.
Tres años después de 'La dolce vita', el cineasta dirigió otro de sus filmes más celebrados, 'Fellini ocho y medio', una sentida reflexión metacinematográfica con un director en crisis creativa en el que el propio realizador quedaba reflejado. La cinta le valió a Fellini su tercer premio Oscar a la mejor película de habla no inglesa, y quizá fue una de las últimas películas en las que el director consiguió mantener el éxito de crítica y público, algo que no ocurrió con sus producciones posteriores.
Cinecittá y Fellini
Ninguna de las ensoñaciones del director habría sido posible de no ser por Cinecittá, el legendario estudio cinematográfico de la ciudad romana. En la ciudad del cine de Roma que Mussolini construyó para competir con Hollywood, Fellini llevó a la realidad su Roma soñada, y en más de una ocasión el director habló de aquellos estudios como su verdadero hogar.
Allí rodó Fellini la última película en la que dirigiría a su esposa y musa, Giuletta Masina, 'Ginger y Fred' (1985), un sentido recuerdo de Fred Astair y Ginger Rogers, una de las parejas de baile más icónicas del musical moderno. Una película en la que Masina interpretó junto a Mastroianni a una pareja de imitadores de Fred y Ginger entrados en años cuyo reencuentro trae consigo más penas que alegrías.
El director llegó incluso a dedicar al estudio un particular homenaje en su cincuenta aniversario con 'Entrevista (1987)', su penúltima película, en otro interesante ejercicio metaficcional en el que el propio director explica a una televisión japonesa su relación con Cinecittá y las películas que allí rodó, repasando su propia filmografía en tono paródico.
Una obra que se cerraría en 1991 con 'La voz de la luna', un largometraje que encierra sus obsesiones en una de sus propuestas más oníricas con el paseo de dos extravagantes personajes que bordean la frontera de la locura. Dos años más tarde, unos meses después de ser galardonado con el premio Oscar a toda su carrera, Federico Fellini fallecía el 31 de octubre de 1993, dejando tras de sí el legado del director italiano más relevante de la posguerra y uno de los cineastas más importantes de todos los tiempos.