La Congregación para la Doctrina de la Fe ha tratado unos 6.000 casos de abusos sexuales de menores cometidos por clérigos, es decir, aquellos que han sido denunciados por las víctimas ante las autoridades religiosas, entre 2001 y 2019, según señala el oficial de la Congregación vaticana Jordi Beromeu Farnós en una entrevista a la revista 'Palabra' que recoge Europa Press.
Se trata de casos que habrían sucedido en los últimos 50 años referentes a los 'delicta graviora', uno de los delitos más graves que pueden cometerles en la Iglesia.
"Son muchos, un número excesivo que nos avergüenza como cristianos y particularmente como sacerdotes. Pero si comparamos estos números con los que ofrecen las instituciones estatales, los casos de sacerdotes pedófilos serían menos del 3% de los denunciados ante las autoridades civiles. Habría que considerar también que el número de sacerdotes en todo el mundo está en torno a 466.000 (diocesanos y religiosos) además de diáconos y obispos", asegura.
Estigmatización del sacerdocio
En este sentido, afirma que los datos estadísticos "sencillos y hasta cierto punto incorrectos" no permiten sostener ciertas afirmaciones destinadas a provocar el "pánico social" y el descrédito de la Iglesia, estigmatizando injustamente el grupo social de los clérigos.
A su juicio, no hay ninguna evidencia de que el celibato sacerdotal cause directamente alguna adicción sexual desviada. "Se puede afirmar sin ningún género de dudas que la mayor parte de sacerdotes son gente equilibrada, feliz en su entrega incondicional, perpetua y, sobretodo, libre de toda atadura social o afectiva que le impida arrojarse con decisión a la misión", asegura.
Además, añade que los datos que ofrecen otras iglesias cristianas y no cristianas, sin ministros sagrados célibes, desmienten que el celibato sea un factor de riesgo. Así, cita la Unity Church de Australia, con 240.000 miembros, sin jerarquía y con clero masculino y femenino casado escogido democráticamente, que ha sido noticia recientemente por sus 2.500 casos de abusos de menores. Tales datos contrastan con los de la Iglesia católica, con 466.000 sacerdotes y 6.000 casos denunciados ante la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En la misma línea, recalca que el celibato no es un estilo de vida pernicioso ni favorece los abusos y recuerda que la vivencia del celibato ha sido siempre contracultural y también lo es en la actualidad, con independencia de la crisis actual de los abusos sexuales de menores cometidos por clérigos. "Nuestra sociedad necesita muchos jóvenes que muestren a todos la bondad de vivir un amor verdadero, casto y libre", enfatiza.
En relación a la ordenación de mujeres y hombres casados para acabar con la pederastia, insiste en que no hay ningún dato científico que demuestre que una vida matrimonial pondría fin al comportamiento desviado de estos pocos sacerdotes con este trastorno sexual ni ningún dato científico que demuestre que los hombres pedófilos se controlan mejor en compañía de mujeres que, por otra parte, según señala, también pueden ser a su vez pedófilas.
Igualmente, apunta a que no hay relación directa entre homosexualidad y pedofilia o entre esta última y un "estilo progresista" de clero. "Se puede afirmar que el fenómeno de la homosexualidad no entiende de estilos clericales, pues afecta tanto a sacerdotes de corte "tradicional" como a otros de corte más abierto o "progresista" (pese a lo desacertado de estos calificativos). Por otro lado, afirmar la conexión directa de la homosexualidad con la pederastia a partir de los datos antes subrayados, no solo comporta la comisión de una gran injusticia, sino la criminalización de una determinada identidad sexual", apunta.
Así, apunta que solo es posible afirmar que una cierta "subcultura homosexual" propia de algunos grupos clericales y presente en ciertos seminarios o noviciados, con la consiguiente tolerancia hacia los comportamientos homosexuales activos, "puede llegar a derivar en la pederastia".
Son situaciones que, a su juicio, merecerían mayor atención por parte de los pastores, que cuentan con los medios pastorales y disciplinares para invitar con el ejemplo, la palabra e incluso la coacción a una vida casta que no suponga un peligro ni escándalo para el mismo sacerdote y para la Iglesia.
En todo caso, considera que la crisis de los abusos sexuales les sitúa ante un "gran reto formativo" no sólo en los seminarios y noviciados, sino en los mismos presbiterios y recalca la necesidad de promover de nuevo y trabajar con atención hábitos sanos y equilibrados entre los seminaristas, novicios, diáconos y sacerdotes, "en un estilo de vida masculino, recio y maduro, plenamente inserido en familias amigas, parroquias y movimientos".
Además, aboga por la prevención frente a la pederastia en los seminarios, preguntándose por el perfil del candidato, aquellos aceptados por la escasez de vocaciones y ejercitándolos como referentes morales.