Salamanca y Santa Teresa de Jesús: 454 años de un poema inmortal

“Vivo sin vivir en mí” se cuajó en una de las celdas en las que habitó de 1570 a 1574 y que se sitúa actualmente en la calle de los Condes Crespo Rascón, en Salamanca

Celda en la casa de Santa Teresa. S24H.
Celda en la casa de Santa Teresa. S24H.

Hablar de Santa Teresa de Jesús es tratar uno de los temas más importantes para la religión en la provincia de Salamanca. Una de las figuras más destacadas del territorio nacional, que ha trascendido barreras a nivel universal por la reforma realizada en la Orden Carmelita o, como es lógico, por la obra mística y el legado que dejó en la propia Iglesia.

Como sabe gran parte de la sociedad, la histórica mujer nacida en Ávila y recordada por su vida en Alba de Tormes, siempre fue una fiel luchadora de conocer el mundo interior que tiene las personas por encima de los material, dedicando gran parte de su existencia a que estos conocimientos se traspasaran de generación en generación hasta llegar a nuestros días. 

El Siglo de Oro ha sido una de las etapas que situó a la Universidad de Salamanca y a los escritores de la época en un momento de máximo auge, entre los que destacaron algunos autores como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto o Luis de León. Al igual que el primero tuvo una especial influencia en los derechos de los pueblos de las Américas, el segundo en la ciencia, años después, y el tercero en la teología, Santa Teresa de Jesús la tuvo en toda una Orden de los Carmelitas Descalzos con una serie de pensamientos que han tenido una gran influencia hasta la actualidad. 

La beatificada por Paulo V en 1614, comenzó a crear en la capital del Tormes, más en concreto en su casa situada en la calle de los Conde Crespo Rascón, el poema “Vivo sin vivir en mí”, siendo una de las obras que más ha representado la obra mística de la autora en el propio Siglo de Oro y en las que los investigadores han datado el 15 de abril de 1571 como fecha de creación.

En él, además, se trata una de las temáticas más profundas del ser humano, en donde se trasciende de todo lo material que existe a lo más espiritual en presencia de Dios, uniéndose al mismo en pro de tener una vida plena encontrándonos con nosotros mismos y, de este modo, seguir el camino correcto vital.

Entre paradojas y metáforas, consigue realizar un poema en el que el centro del sistema solar es la frase “que muero porque no muero”, haciendo hincapié en que Santa Teresa de Jesús buscó en gran parte de su vida ese deseado nexo entre ella y Dios, entre lo que es correcto a través del buen hacer en vida.

Entre el misterio y lo más profundo del ser, versos como “Vida, ¿qué puedo yo darle a mi Dios que vive en mí, si no es el perderte a ti, para merecer ganarle?”, destaca el momento en el que llegue el fin de nuestros días para encontrarse con Dios, con el claro deseo de pasar las puertas de San Pedro para encontrar “esa casa” tan añorada por Santa Teresa de Jesús.

Este texto ha sido considerado por muchos estudiosos como fundamental, tanto en la filosofía humana como en la propia teología y en la antropología de las personas. Asimismo, ha tenido tanta relevancia que se han llegado a hacer recorridos teatralizados en los que se lee el propio poema, al igual que canciones. 

Como es lógico, este poema de Santa Teresa de Jesús ha sido objeto de estudios en seminarios, diferentes facultades y personal perteneciente a la propia Iglesia teniendo repercusión, incluso, en otras religiones. “Vivo sin vivir en mí” ha dejado una gran huella en el mundo literario, llegando hasta nuestros días para quedarse entre las obras más importantes realizadas en Salamanca. 

Vivo sin vivir en mí, de Teresa de Jesús

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

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