'Salamanca con voz de mujer' regresa con una nueva edición para dar a conocer el papel relevante de las mujeres que han estado en la capital del Tormes y descubrir el patrimonio desde su punto de vista. Así nos lo transmite Alexia, nuestra guía, a la veintena de personas que hemos decidido disfrutar este martes del primer tour guiado (las visitas se prolongarán hasta el día 25 y continuarán del 11 al 14 de noviembre). Por delante, casi dos horas en las que reivindicar la generosidad de Gonzala Santana, la inteligencia de Beatriz Galindo o la valentía de Bonifacia.
Mujeres en el 'paseo de la fama de Salamanca'
Iniciamos la visita en la Plaza Mayor de Salamanca, donde los medallones constituyen una especie de paseo de la fama en la ciudad. Escritores, hombres sabios, exploradores, soldados y reyes observan a los salmantinos y turistas desde su posición privilegiada en alguno de los cuatro pabellones del ágora, con infrarrepresentación femenina: de los ochenta y ocho iconos, solo ocho corresponden a mujeres. Dos son alegorías de la Primera y Segunda República y en tres comparten espacio con sus esposos (la reina Sofía, Isabel la Católica y Juana la Loca). Tan solo tres han sido representadas en solitario: Isabel II, Isabel Farnesio y Santa Teresa de Jesús.
Alexia aprovecha nuestra cercanía al Pabellón Real para rescatar la historia de la mujer que ostentaba el cargo de reina consorte de España cuando fue contruido el monumento: Isabel Farnesio, segunda esposa del rey Felipe V. "Estaban muy unidos y se querían mucho", algo poco común en la realeza, donde primaban los matrimonios de conveniencia. "Ella fue su gran soporte", continúa diciendo nuestra guía, ante las depresiones que sufrió el primer Borbón del país. A ambos les unía una pasión en común: el arte. "Compraban cuadros y los marcaban con sus símbolos. Él, con la cruz. Ella, con la flor de lis". Sobre su lecho en La Granja de San Ildefonso lucía un fresco del matrimonio de Cupido y Psique. "La culminación de un amor que llegó a un final feliz pese a los obstáculos".
De Isabel de Farnesio pasamos a Santa Teresa de Jesús, que puede presumir de ser la única fémina al margen de la realeza presente en la Plaza Mayor y la primera en ser nombrada doctora 'honoris causa' por la Universidad de Salamanca. "Lo consiguió por sus textos, misticismo y valor de mujer reformadora". La relación de la religiosa con la ciudad comenzó el 31 de octubre de 1570 con motivo de su séptima fundación: el Convento de San José de Carmelitas Descalzas. Se hospedó en un inmueble de Juan Antonio Ovalle Prieto -actual Casa de Santa Teresa- donde escribió sus famosos versos de "Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero". Falleció en 1582 en Alba de Tormes tras ser llamada por la Duquesa para que asistiera al parto de su su nuera.
La relación de Santa Teresa de Jesús con la Duquesa era tal que tres de las diez llaves que abren su sepulcro las custodia la Casa de Alba, presente en Salamanca gracias al Palacio de Monterrey. A su lado se erige la vivienda que perteneció a Gonzala Santana, 'La pollita de oro'. De familia adinerada, quedó huérfana siendo muy joven y, en vez de casarse, abrazó la soltería y usó su dinero para apoyar a los pobres. A las puertas de su inmueble llegaron a concentrarse cuatrocientas personas pidiendo amparo. "Era muy generosa y defendía que la educación era una manera de salir de la pobreza". Por ello, invirtió en la construcción de un colegio en el que se formaron más de treinta niños, los llamados 'gonzaineros'. También "trajo la iluminación a la iglesia de la Purísima y pagó la capilla de la Virgen de los Dolores en Vera Cruz". Una placa en la plaza de Monterrey se encarga de recordar su buena labor.
Mujeres de armas tomar
Ponemos rumbo a la plaza de San Benito, ejemplo de cómo se configuraron varios barrios (las casas y los palacios se construían en torno a las iglesias) tras la repoblación iniciada en el siglo XII por Raimundo de Borgoña y Doña Urraca, "la primera mujer soberana de pleno derecho en Europa". A la muerte de su esposo, la reina de León se casó con Alfonso el Batallador, "que la traía por la calle de la amargura. Se decía que la maltrataba". La monarca hizo honor al apelativo de su padre, Alfonso el Bravo, y decidió separarse. Se inició entonces una guerra civil entre los partidarios de uno y otra, que no estaba dispuesta a perder la corona que le correspondía por derecho. "Era muy valiente y fuerte. Hizo lo que estaba en su mano para hacer lo que creía que estaba bien. Las crónicas medievales no le hicieron justicia", nos cuenta Alexia. No se le perdonó que obtuviera el favor de varios nobles a cambio de relaciones sexuales y fue condenada al olvido. Su hijo, Alfonso el Emperador, vituperó incluso el gobierno de su madre al ascender al trono.
La plaza de San Benito conecta con la calle Meléndez a través de la única de toda la ciudad que carece de portal, la de las Velas. Su nombre no es casualidad. "Era la de las vigías, donde se controlaba que no vinieran los enemigos del otro bando cuando Salamanca estaba dividida en dos". El origen de esta historia es de sobra conocido por la ciudadanía charra. Los hermanos Manzano estaban jugando con los Enríquez a la pelota cuando se enzarzaron en una discusión que se saldó con la muerte del hijo menor de la ya viuda María la Brava. Temiendo la venganza del mayor, los Manzano lo asesinaron también.
María la Brava no descansó hasta que los asesinos, huídos a Portugal, encontraron el mismo destino que sus hijos. Cuando ese deseo se hizo realidad, clavó las cabezas de los hermanos Manzano en picas para colocarlas sobre las tumbas de sus primogénitos. Salamanca se sumió entonces en un enfrentamiento entre dos bandos: el de Santo Tomé, encabezado por los Enríquez, y el de San Benito, alrededor de la familia rival. La plaza del Corrillo "era el único lugar en el que crecía la hierba" porque traspasarla significaba adentrarse en territorio enemigo. La rivalidad se prolongó durante años y no cesó hasta que Juan de Sahagún actuó de mediador y les llevó a firmar la paz en la Casa de la Concordia, actual Aula Rector, al final de la calle San Pablo.
Abandonamos la plaza de San Benito para dirigirnos a la calle de la Compañía y situarnos frente a la Casa de las Conchas, donde se aprecia la simbología heráldica de las familias de los Pimentel y de los Mandonado. Juana, perteneciente a la primera, no perdió su blasón al casarse con Rodrigo, de la segunda. Isabel la Católica luchó por esa 'independencia' al pedir al cardenal Cisneros un edicto para que se unieran los blasones de los contrayentes y no se perdiera el de la mujer. Esta tradición continúa a día de hoy con los apellidos. Y es que, a diferencia de lo que ocurre en otros países, las féminas podemos conservar los de nuestros padres independientemente de cuál sea nuestro estado civil.
Cambiamos nuestro foco de atención a la Clerecía, edificio en el que, bajo la estatua de Ignacio de Loyola, se pueden leer los nombres de Felipe III y Margarita de Austria, gran mecenas. "Se dice que creó un grupo de mujeres poderosas en torno al rey. El Consejo Real era un matriarcado", destaca Alexia. La construcción era muy visitada por una joven devota que trabajaba en un taller de cordonería, Bonifacia. Allí conoció a Francisco Butiña, con el que fundó la Congregación de Siervas de San José. Su objetivo era que la vida religiosa se mezclara con la posibilidad de aprender y ejercer un oficio, que el trabajo se santificase mediante la oración. Esta iniciativa no fue muy entendida por el clero charro. El misionero jesuita catalán "se tuvo que ir de la ciudad" y la salmantina "se quedó sola". También hubo "desunión entre las hermanas y durante un tiempo no se les reconoció como creadores de la orden". Ese tiempo pasó y la monja no solo fue canonizada por el papa Benedicto XVI, sino que también ha sido propuesta como patrona de la mujer trabajadora. "Como autónoma, siempre la llevo en mi monedero", admite nuestra guía.
Enfilamos la calle Libreros, al final de la cual se encontraba el taller en el que trabajó Bonifacia, y nos paramos frente al Museo de Salamanca, la que fuera la casa de Álvarez Abarca, médico de Isabel la Católica. Su hija, Ana, contrajo matrimonio con el comunero Francisco Maldonado. A su muerte, su viuda perdió todo. "Luchó con la palabra para recuperar la honra", como recuperó el cadáver de su marido. Ella inspiró a Fray Luis de León para escribir 'La perfecta casada', donde expone la conducta que debe seguir la contrayente.
Las primeras mujeres cultas
El Patio de Escuelas no solo fue recorrido por Ana Abarca, sino también por las "primeras mujeres cultas que estuvieron en Salamanca" formándose en su famosa Universidad. Existe documentación de que, en 1508, Lucía de Medrano leía desde la cátedra de cánones. "Tenía mucho ingenio". Las nobles podían acceder a esa educación desde el siglo XV. La situación cambió con el ascenso al trono de Carlos V, que también destruyó los textos de la poetisa manchega. Las féminas se las ingeniaron entonces para acudir a clase. Feliciana Enríquez de Guzmán se disfrazó de hombre y logró graduarse. Fue pionera en la dramaturgia y se opuso a las ideas de Lope de Vega.
Beatriz Galindo también recibió formación de gramática en la Universidad de Salamanca. Pronto mostró su afición a las letras y sus grandes dotes para el latín, por lo que, cuando iba a ingresar en un convento, fue reclamada por la reina Isabel I para formar parte de su corte. Posteriormente, fundó un convento y un hospital en Madrid, en el actual barrio de La Latina, nombrado así en su honor. Esa denominación es la que recibe la calle en la que se sitúa su antigua casa en Salamanca, de la que poco se conserva. "Data del siglo XV, pero la fachada está muy reformada", matiza nuestra guía.
Acabamos nuestra visita en la plaza de Anaya, en cuya Facultad de Filología se han formado otras salmantinas de renombre: Charo López, ganadora del Goya a Mejor actriz de reparto en 1997, y Carmen Martín Gaite, una de las escritoras más importantes del siglo XX. Alexia nos recuerda que pese a que se hable mucho de grandes mujeres, muchas de ellas fallecidas, todas podemos aportar nuestro granito de arena a las generaciones futuras. "Haciendo cosas pequeñas se puede hacer mucho".