De la reina Quilama a la relación prohibida de Alonso de Fonseca y doña Teresa: leyendas e historias de amor en Salamanca

La capital del Tormes ha sido escenario de amoríos trágicos y felices, literarios y reales, correspondidos e imposibles que rescatamos con motivo del Día de San Valentín

Imaginart Teatro Videomapping3168
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París es conocida mundialmente como la ‘ciudad del amor’, sobrenombre que podría aplicarse igualmente a Salamanca si atendemos a las leyendas e historias que han transcurrido en la capital desde hace siglos. Las hay trágicas y con final feliz, literarias y reales, de amores correspondidos e imposibles... Rescatamos algunas de ellas con motivo del Día de San Valentín.

La historia más famosa, quizás, es la que narró Fernando de Rojas en 'La Celestina': la de Calixto y Melibea, los Romeo y Julieta patrios. Hay quien sitúa la acción de la obra en Salamanca por la relación del autor con la capital y por su referencia a una ciudad de aspecto medieval, con calles llenas de vida y una iglesia. Otras opciones que se han barajado son La Puebla de Montalbán, su lugar de origen, o Sevilla.

Independientemente de cuál sea el escenario real de la tragicomedia, esta ha inspirado la creación del Huerto de Calixto y Melibea, un jardín de carácter romántico que se ha convertido en uno de los espacios más visitados y encantadores de Salamanca. También en un lugar frecuentado por parejas de enamorados que intercambian confidencias y muestras de cariño ante la estatua de la célebre alcahueta o que colocan candados con sus nombres en el pozo para sellar su amor. 

La reina Quilama 

En plena decadencia del reino visigodo, a principios del siglo VIII, el rey Don Rodrigo se enamoró de Florinda, la reina Quilama, con la que huyó. El padre de la joven y gobernador de Ceuta, Don Julián, deseoso de recuperarla, ayudó a los musulmanes a entrar a la península para así acabar con el causante de su desdicha. Los amantes se refujiaron en un castillo de Valero. Posteriormente, el monarca huyó a Viseu, Portugal, donde murió, no sin antes dejar a su amada oculta en una cueva situada entre Navarredonda de la Rinconada y Linares. Ella falleció esperándole.

Don Rodrigo y la reina Quilama no huyeron solos, ya que llevaron consigo el llamado Tesoros de los Visigodos. Parte del mismo serían dos palomas de oro que la joven custodia todavía en la cueva en la que pereció. En el fondo de la misma, durante la noche de San Juan, brota "un conjunto de ruidos y lamentos con una cadencia regular. Se trata del espíritu de la princesa mora que permanece sujeta a un triste encantamiento intemporal. A veces sale de su escondite y entonces se la puede ver furtivamente en las inmediaciones del río Quilamas, afuente del Alagón", mantiene Jesús Callejo Cabo en 'El mundo encantado de Castilla y León'. 

La Casa de las Conchas, ¿una muestra de amor?

Blasones en la Casa de las Conchas
Blasones en la Casa de las Conchas

La Casa de las Conchas es uno de los edificios más emblemáticos de Salamanca. Sus más de 300 elementos decorativos podrían estar vinculados a la orden de Santiago, pero también ser una muestra de amor de Rodrigo Arias Maldonado a Juana Pimentel, en cuyo escudo de familia figuran diez conchas. Su historia es rescatada por 'Salamanca con voz de mujer', la visita guiada que permite conocer el papel relevante de las féminas que han dejado huella en la capital del Tormes. 

Sea cuál sea la razón de las conchas en la fachada del histórico edificio, estas conviven con los blasones de las familias Maldonado y Pimentel. Y es que Juana no perdió el suyo al casarse con Rodrigo. La artífice de esa 'independencia' fue Isabel la Católica, que pidió al cardenal Cisneros un edicto para que se unieran los escudos de los contrayentes y no se perdiera el de la mujer. Esta tradición continúa a día de hoy con los apellidos, ya que las féminas podemos conservar los de nuestros padres independientemente de cuál sea nuestro estado civil. 

El Castillo del Buen Amor, testigo de los encuentros entre el arzobispo de Fonseca y Teresa de las Cuevas

Castillo del Buen Amor. Foto: Patricia Hernández
Castillo del Buen Amor. Foto: Patricia Hernández

El Castillo del Buen Amor, antes llamado de Villanueva del Cañedo, debe su nombre a la historia que vivieron Alonso de Fonseca y Teresa de las Cuevas entre sus muros. El que fuera obispo de Ávila adquirió la fortaleza en 1478 para convertirla en un palacio señorial que le sirviera de vivienda habitual junto a su amante. Así estarían alejados de las habladurías de las villas cercanas y, posteriormente, podrían cuidar de sus cuatro hijos, legitimados por los Reyes Católicos.

La construcción quedó deshabitada y empezó a ser utilizada como almacén agrícola a la muerte de los amantes a principios del siglo XVI. Ambos fueron enterrados en el monasterio de San Ildefonso, en Toro, aunque, según cuentan las leyendas, sus almas siguen vagando en el escenario donde vivieron su amor prohibido. Hay quien dice incluso haber visto el espíritu de una dama de blanco en el lugar que correspondería al de Teresa de las Cuevas. 

Amor trágico en la Casa de las Muertes 

Casa de las Muertes
Casa de las Muertes

Según relatan las leyendas populares, las paredes de la Casa de las Muertes han sido testigos silenciosas de dos trágicas historias de amor. Una de ellas no correspondida y protagonizada por dos familias enemigas de la ciudad: los Monroyes y los Manzanos. Diego, perteneciente a la primera, se enamoró de Elvira, de la segunda. Sus sentimientos no eran correspondidos por la joven, por lo que planeó su rapto junto a los bandidos Íñigo y Tello. El momento elegido fue la noche en la que la dama se quedó sola al amparo de su criado, Altamirano, al tanto del plan. Pesaroso de su traición, acabó revelando los planes de los salteadores. 

Elvira tomó una decisión y, al escuchar la llegada de sus raptores, estrechó un crucifijo entre sus manos, se cubrió el rostro con una tela y se tendió sobre la alfombra para fingir estar muerta. Don Diego se postró a sus pies al verla, mientras que Íñigo y Tello, ávidos de tesoros, se dirigieron a "una cueva abierta en la roca viva en la que doña Mencía de Asuero había encerrado los cadáveres de sus hijos decapitados por doña María la Brava”, relata el libro 'La Casa de las Muertes. Leyendas e historia'. La puerta se cerró a su pasó para no volver a abrirse. Altamirano vengó así  "la injuria hecha a su señora".

El final de la segunda historia vinculada a la Casa de las Muertes es aún más trágica. Un hombre arrogante y mujeriego llamado también don Diego se había casado con doña Mencía, salida de un convento de monjas recoletas. Cuando los deberes militares llamaban al hombre, la mujer “buscaba cada tres noches la picante delicia del amor en diferentes tallas varoniles”, reza la obra de Julián Álvarez. 

Don Diego se acabó enterando de los escarceos amorosos de su mujer y decidió matar a sus tres amantes. Los dos primeros cayeron fácilmente en combate, mientras que el tercero, más "duro y diestro en el reñir", dejó malherido a su asaltante. Doña Mencía fue consciente de todo cuando vio a su marido, que estaba perdiendo mucha sangre. Lejos de perdonarla, se precipitó sobre ella y la apretó furiosamente por el cuello. Agonizaron juntos los dos. Ella, de asfixia y de terror; él, de pena y desangrándose. 

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