El luto de la Virgen de la Soledad volvió a sentirse en Salamanca, esta vez sin procesión, pero igualmente arropado por miles de personas que, a pesar de la lluvia intermitente, pero la previsión de chubascos fuertes, se acercaron hasta la Catedral Nueva para rendir homenaje a una de las imágenes más queridas de la Semana Santa Salmantina.
Entre el paso del Viernes al Sábado Santo, las puertas de la Catedral se abrieron únicamente para anunciar una decisión dolorosa pero inevitable: la suspensión de la procesión de la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad a causa de la previsión de intensa lluvia que azotaría más tarde la ciudad, al igual que durante toda la jornada, conformándose solo con un leve saludo de la Virgen.
Negro fue el luto, y negras las emociones contenidas de cofrades y fieles que, bajo paraguas y con gesto de resignación, esperaron hasta el último momento con la esperanza de ver salir a la Virgen, aunque fuera solo unos pasos.
La lluvia, constante y firme durante las horas posteriores, terminó de confirmar la imposibilidad del recorrido procesional y el impresionante manto negro bordado en plata de la Virgen quedó a resguardo, al igual que su rostro afligido, que este año no pudo cruzar el umbral de la Catedral.
Aun así, el recogimiento se impuso. Minutos antes de la medianoche, el silencio llenó la plaza de Anaya. Muchos fieles, emocionados, permanecieron allí, frente a las puertas cerradas, como si su sola presencia mantuviera viva la tradición. Sin embargo, la decisión no se hizo esperar y en torno a las 0:00 horas la junta directiva de la hermandad decidió hacer pública la suspensión total de la procesión.
La Soledad de la Cruz tampoco pudo anticipar a la titular de la Hermandad, quedándose ambas en el interior del templo, custodiadas por el silencio y la oración de quienes no quisieron marcharse sin dedicarles al menos una mirada y una plegaria.
No hubo procesión, pero sí devoción. No hubo marcha por las calles, pero sí un río de fe contenida que inundó el corazón de Salamanca, recordando que, incluso sin salir, la Virgen de la Soledad sigue siendo el alma del Sábado Santo salmantino.
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