Cada 17 de marzo, decenas de charros se dirigen a alguno de los bares o pubs que pueblan la ciudad para disfrutar junto a amigos o conocidos del Día de San Patricio, patrón de Irlanda. Lo que muchos desconocen es la vinculación de la capital del Tormes con el citado país europeo, una relación que se remonta nada menos que al siglo XVI, cuando la presión sobre los católicos se hizo insoportable en la isla tras las reformas religiosas de Enrique VIII y una gran cantidad de ellos se vieron obligados a emigrar. Román Álvarez, catedrático de Filología Inglesa de la USAL, recoge este y otros hechos históricos de interés en su libro ‘Los irlandeses en Salamanca: un legado secular’, del que nos hacemos eco en las siguientes líneas.
La presencia de los primeros irlandeses en la ciudad charra y en otros rincones de la Península se produce a partir de 1574. “A Felipe II le preocupaba la formación que fueran a recibir esos clérigos. Para ello, se hizo necesario establecer una red de apoyo en España y en los territorios europeos bajo soberanía española. Era preciso crear una sólida base de acogida, de recursos humanos y de formación intelectual capaz de hacer frente con éxito a los enemigos del catolicismo. En torno a la década de 1590 ya hay pruebas de la existencia de colegios irlandeses, como el de Salamanca, el primero de ellos”, mantiene Román Álvarez en su obra.
Se trata, más concretamente, del que se acabaría conociendo como Real Colegio de San Patricio de Nobles Irlandeses, cuyas bases fueron asentadas por un decreto firmado el 3 de agosto de 1592 en Valladolid. Fue entonces cuando Felipe II se dirigió a las autoridades académicas y civiles de Salamanca para encomendarles tanto el cuidado como la protección de los jóvenes seminaristas irlandeses. El edificio resultante estaba llamado, pues, “a desempeñar una gigantesca tarea espiritual, cultural y, a la larga, también política”. De 1594 a 1644, allí “se formaron 370 estudiantes, y de sus aulas salieron cuatro arzobispos, un primado de Irlanda o cinco obispos”, entre otros cargos de relevancia. También cabe destacar que, en 1608, el edificio fue incorporado oficialmente a la USAL, gozando así de ciertos privilegios.
Ubicaciones y sedes irlandesas en Salamanca
La fachada principal del edificio destinado a los irlandeses daba a la calle Peñuelas de San Blas, frente a un antiguo colegio de jesuitas que se correspondería con el actual Maestro Ávila. Asimismo, antes de que los dispusieran de una construcción propia, "arrendaban casas de las que unas veces salían voluntariamente y otras eran desahuciados por incumplimiento en los pagos, de modo que durante un tiempo hallaban cobijo en unos espacios que antes o después debían abandonar. Esta circunstancia se dio de forma sistemática entre los años 1592 y 1620. Por fin compraron unas viviendas en la calle de San Vicente y adquirieron varias propiedades con las que fueron negociando en busca siempre de un mejor acomodo en la ciudad", sostiene Román Álvarez.
También se llegó a un acuerdo para que los alumnos se acomodaran en el espacio frente a la Casa de las Conchas, en el Colegio Real de la Compañía de Jesús (actual Clerecía). Y es que, tras la expulsión de los jesuitas de España decretada por Carlos III mediante la Pragmática Sanción de 1767, "los irlandeses pasaron a ocupar una parte de los amplios espacios dejados por la Compañía en su gigantesca sede, con lo cual pudieron desenvolverse en medio de una relativa opulencia, gozando de dormitorios, biblioteca, salas comunes, aulas, etc. Esta sección del edificio, que discurre a lo largo de la calle de Serranos, pasó a llamarse La Irlanda".
Su último asentamiento fue el Colegio del Arzobispo Fonseca, edificio fundado en 1519 que les fue cedido tras la Guerra de la Independencia (1808-1814) debido a los estragos que causó la misma en la construcción que hasta ese momento habían ocupado los irlandeses (el Colegio de San Patricio fue destruido, mientras que parte del de la Compañía también fue castigado por el fuego francés, incluida La Irlanda). Allí permanecieron de 1838 a 1936. Después, su recuerdo fue desapareciendo poco a poco de Salamanca hasta el punto de que muchos charros desconocen a día de hoy su paso por la ciudad. Por suerte, su huella no se ha borrado del todo. Basta con acercarse a la calle de San Patricio, a la plaza de los Irlandeses o al recientemente citado Colegio del Arzobispo Fonseca, también conocido como Colegio de los Irlandeses.
Aumentaron la imparable pasión futbolística en la ciudad
Los seminaristas irlandeses, más allá de sus prácticas académicas o espirituales, tenían unas horas de descanso que dedicaban a pasear por Salamanca o a jugar al fútbol. "Ellos contribuyeron a popularizarlo, y las gentes ociosas o simplemente curiosas acudían a ver cómo unos mocetones altos y robustos, con la sotana remangada, corrían incansables detrás de un balón", recuerda el catedrático de Filología Inglesa, que añade lo siguiente: "Los irlandeses de la ciudad formaron un equipo llamado Hamilton C.F. que se inscribió para disputar la sexta copa del rey Alfonso XIII en 1907. Obtuvieron un muy honroso cuarto puesto, por encima de otros equipos más profesionales, como el Recreativo de Huelva. Este fue uno de los primeros éxitos cosechados por el fútbol charro, aun cuando desde dos años antes se había constituido oficialmente la sociedad Helmántica Foot-ball Club".
Como curiosidad, se conservan crónicas escritas de aquella época, como la del periódico 'El Adelanto' que informa del encuentro del equipo irlandés con el Vizcaya. En el escrito se pueden leer "alusiones específicas a la naturaleza religiosa" de los jugadores asentados en la ciudad charra, como: "Los irlandeses han tenido el santo de espaldas"; "hay quien dice que saben latín en cuestión de football" y "jugaron como los propios ángeles". Los jóvenes siguieron practicando el deporte y participando en otras competiciones locales y regionales al tiempo que el actual deporte rey iba ganando adeptos entre los salmantinos. De esta forma, los extranjeros "contribuyeron notablemente al incremento de esa ya imparable pasión futbolística en Salamanca", especifica Román Álvarez en su libro.