De sobra es conocido por estos lares qué fue aquello de la Rebelión de los Comuneros; lo que, por desgracia, está menos presente en el subconsciente popular son las leyendas que se forjaron a raíz de los hechos que nos ocupan.
Ahora bien, para comprender de dónde surgen las leyendas que no murieron en Villalar, hay que contextualizar el asunto.
La revuelta de los comuneros
La conocida como “Revuelta de los Comuneros” dio comienzo en 1520 como resultado de una mezcla de tensiones políticas, económicas y sociales.
La llegada de Carlos I, un rey que provenía de Flandes y que ni remota idea tenía de hablar castellano, generó un alto grado de desconfianza en la sociedad española del momento; a ello se le sumaron los fuertes impuestos, traducidos en un abuso fiscal, la corrupción, y el vacío de poder que dejó el monarca al marcharse a Alemania en 1520.
Producto de esta situación, a todas luces inestable y convulsa, surgió un grupo revolucionario bautizado, y conocido, como “los Comuneros”; estos, buscaban más poder y voz para las Cortes de Castilla, así como erradicar el favoritismo extranjero y lograr, así, una reforma en el gobierno.
Sus líderes más conocidos fueron Juan de Padilla, toledano, Juan Bravo, segoviano y Francisco Maldonado, salmantino.
La decapitación
El 23 de abril de 1521, en la localidad de Villalar, el ejército comunero se doblegó ante la hueste de Carlos I tras un conflicto que se había prolongado durante meses y en el que arcabuceros y piqueros trataron de imponerse ante un rey de, por entonces, cuestionable autoridad.
Fuentes históricas refieren que las tropas comuneras arrastraban, como cabía esperar, cansancio y agotamiento y que, además, estaban mal organizadas.
Aquel histórico 23 de abril, la lluvia azotó con fuerza el campo de batalla e imposibilitó la retirada de los insurrectos. La masacre fue absoluta y aquella misma tarde, Padilla, Bravo y Maldonado cayeron en manos enemigas.
No hubo juicio alguno y, esa noche, el corregidor Ronquillo en compañía de varios jueces decretó la decapitación de los tres comuneros a la mañana siguiente.

La mañana del 24 de abril, con la aurora despuntando la madrugada, las autoridades colocaron una estructura que haría las veces de cadalso improvisado.
Juan Bravo fue el primero en ser ejecutado y, señalan, pidió morir con los ojos sin vendar al grito de: “¡Esta es por Castilla!”.
Le siguió Maldonado, quien aceptó su destino bajo una premisa franciscana.
Juan Padilla, el último del trío al que dieron muerte, se acercó al cuerpo decapitado de Bravo y formuló, al parecer, una cita de esas que revisten cierta mítica a nivel histórico: “Señor Bravo, ayer fue día para pelear como caballeros, hoy lo es de morir como cristianos”.
El arma empleada para la decapitación fue un hacha, como correspondía a la nobleza, y sus cabezas fueron expuestas durante un tiempo a modo de advertencia para aquellos que quisieran seguir sus pasos revolucionarios.
En lo que a sus cuerpos respecta, estos fueron arrojados y enterrados en una fosa común aunque, eso sí, se tiene constancia de que sus familiares, tiempo después, intentaron recuperarlos.
La viuda de Pacheco, María, continuó oponiendo resistencia en Toledo durante meses aunque, con la muerte de los tres líderes, la rebelión se debilitó notoriamente y quedó prácticamente sofocada.
La gesta de los comuneros inspiró movimientos posteriores y el recuerdo de aquellos tres revolucionarios, el espectro de su lucha por la libertad y otra serie de cuestiones, fueron el campo de cultivo para algunas leyendas de lo más curiosas.
El fantasma del Convento de San Esteban
El convento dominico de San Esteban fue, durante la época, un bastión 'pro Carlos I'.
Cuenta la leyenda que uno los monjes que allí había era, en secreto, simpatizante de las ideas de los comuneros.
Alguien descubrió aquello y el monje terminó siendo ejecutado en los sótanos del convento de San Esteban.
Se forjó entonces una leyenda que relataba cómo la sombra errante del religioso asesinado vaga por los pasillos, especialmente durante las noches de abril, recitando una serie de versos que terminan con “Castilla por Castilla y no por emperadores”.

Esta historia, curiosamente, se acostumbraba a contar en las tabernas y posadas de las zonas aledañas a la calle Libreros, en el siglo XVIII.
El comunero del Tormes
Cuenta la voz popular, que junto al río Tormes, vivía un joven que entró a formar parte de las filas comuneras.
Sin embargo, terminó siendo capturado y asesinado en un olmo, en las proximidades del río.
A raíz de aquel hecho, se forjó la leyenda; se comentaba que, en primavera, cuando el río está crecido, se escucha la voz del muchacho, emergiendo de entre los juncos, diciendo "mi nombre no muere mientras Castilla resista”.
Para más inri, los pastores de la zona de Huerta y Cabrerizos decían que si uno escuchaba esa voz al amanecer del 24 de abril, el año traería buena cosecha porque “la sangre del comunero alimentaba la tierra”.
El tañer de la campana por los caídos
Tras la derrota en Villalar, una comitiva de emisarios de Carlos I llegó a Salamanca para anunciar que la revuelta había llegado a su final.
Con motivo de esto, los simpatizantes del monarca ordenaron hacer sonar las campanas de la Clerecía en señal de victoria pero, comentan, ninguna de ellas sonó.
Es más, se decía que los badajos habían sido movidos y retirados por una mano invisible.
Solo se ecuchó tañer una campana, la de la Universidad; además, dicen, sonó sola a medianoche .
Aquello fue interpretado como el último lamento de la ciudad por sus caídos.
Como es evidente, estos relatos no dejan de ser leyendas que ha desarrollado la voz popular pero de las que no existe fundamento histórico.
De hecho, por ejemplo, por mucho que se comentara el asunto de la Clerecía, cabe recordar que las obras de este enclave salmantino no comenzaron hasta 1617; se trata de un claro ejemplo de que, como bien es sabido, de las grandes gestas siempre surgen fábulas.
Al final, las leyendas, leyendas son pero, "no hay rincón sin misterio, ni voz sin eco en la leyenda".
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