El licenciado en derecho por la Universidad de Salamanca que acabó convirtiéndose en "el abogado de las brujas"

Salazar y Frías realizó un minucioso trabajo de campo entrevistando a un total de 36 personas, miembros de nueve aquelarres diferentes

Auto de Fe de la Inquisición. Francisco de Goya
Auto de Fe de la Inquisición. Francisco de Goya

La Edad Moderna en Europa trajo consigo la conocida como 'la gran caza de brujas', la cual alcanzó su máximo apogeo a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII. 

Las brujas, si nos atenemos a una breve descripción de las mismas, eran concebidas como un instrumento del mal.

El prototipo de bruja surge realmente en la época moderna de la mano de los conocidos como aquelarres o sbaths, aunque la concepción de hechicera -que no es la misma que la de bruja- se remonta a la Antigua Roma.

Sin embargo, y pese a la intensidad que adoptó durante años,  la caza de brujas en Europa llega a su final a mediados del siglo XVIII. 

En lo que a España se refiere, que es lo que verdaderamente nos ocupa, las quemas de brujas dejaron de realizarse, aproximadamente, cien años antes que en el resto de Europa; este cambio de paradigma surgió a raíz de la influencia ejercida por una serie de memoriales escritos por el conocido como el "abogado de las brujas". 

Alonso Salazar y Frías: el abogado de las brujas 

Alonso Salazar y Frías nació en Burgos, alrededor de 1564.

Salamanca, por aquel entonces, se encontraba viviendo una de sus épocas más brillantes al ser reconocida como una institución cultural y, como un templo del conocimiento, en toda Europa.

En esa era de luz intelectual en la que se labró la fama que ha llegado hasta nuestros días, Salazar y Frías se licenció en derecho canónico en la Universidad de Salamanca para, posteriormente, ordenarse sacerdote y trabajar al servicio de los obispados de Toledo y Jaén.

Una vez se hubo posicionado en el jerárquico mundo eclesiástico, Salazar y Frías se postuló como miembro del Tribunal de uno de los procesos inquisitoriales más conocidos en nuestro país: el auto de Fe de Logroño, en el que se juzgó a 53 personas y se "relajó" en la hoguera -siendo este el término empleado por los inquisidores para referirse a la quema en vida- a 11 personas.

Un memorial de cuatro capítulos sobre brujas 

Uno de los hitos de Salazar fue la escritura de un memorial, el cual dividió  hasta en cuatro capítulos, en el que trataba diferentes asuntos referidos al mundo brujeril: el modo que los brujos tenían en la salida, estancia y vuelta de los aquelarres, las cosas que hacían o las testificaciones y  hechos probatorios que podrían corroborar las acusaciones que se vertían sobre ellos.  

El artículo uno, por ejemplo, abordaba cómo llegaban los brujos hasta el aquelarre. 

Salazar, refiriéndose a este asunto, aseguraba que los hechos, mayoritariamente, tenían lugar una vez los brujos se habían ido a la cama y se habían sumido en un profundo sueño. 

En el marco de su investigación, Salazar efectuó un minucioso trabajo de campo entrevistando a un total de 36 personas, miembros todos ellos de nueve aquelarres diferentes.

Aprovechando las fuentes directas con las que contaba, Salazar también les inquirió sobre asuntos como el lugar en el que se reunían o el sitio que hacía las veces de trono del diablo.

Una vez hubo recabado los datos anteriores, Salazar comparó las respuestas obtenidas logrando demostrar, así, que todos los casos estudiados eran diferentes entre sí.

Otra de las investigaciones efectuadas por Salazar y Frías tuvo como protagonistas a 22 tarros que contenían cataplasmas, venenos y ungüentos varios.

Tras las pertinentes comprobaciones realizadas por médicos y especialistas en materia de farmacopea, los resultados terminaron por demostrar que los productos sometidos a estudio no eran más que burdas falsificaciones.

Al dar por concluidas sus investigaciones, tras el estudio de 1802 procesos de los que en 1384 los protagonistas eran niños cuya edad en algunos casos no superaba los doce años, Salazar determinó que no había, ya no pruebas concluyentes, si no ni siquiera indicios de que alguien hubiera cometido acto alguno de brujería.

Las brujas de Zugarramurdi 

El 12 de enero de 1609 se recibió en el Tribunal de Logroño un informe, emitido por el comisario de un distrito cercano al pueblo de Zugarramurdi, en el que se denunciaba la  compleja red de brujas que estaba operando en dicho pueblo.

Un mes y un día después de la presentación del citado informe, el 13 de febrero, dos inquisidores comunicaron el arrestro de un mujer y tres hombres en Zugarramurdi; otras seis personas, una vez se hubieron conocido las detenciones anteriores, se presentaron voluntariamente ante el Santo Oficio. 

Acontece entonces que, en junio del año que nos ocupa, Alonso de Salazar y Frías asumió el cargo de tercer inquisidor, posicionándose como el miembro más joven con tan solo 45 años de edad.

El 8 del mismo mes tuvo lugar la votación del Tribunal contra la principal acusada en el proceso de Zugarramurdi y Salazar, en oposición a sus compañeros y a los otros siete miembros que conformaban el jurado, alegó que no existían pruebas suficientes para condenar a la acusada a muerte por lo que, en su lugar, votó que se le interrogara empleando la tortura.

El auto de Fe de Logroño 

El 7 y el 8 de noviembre de 1610 tuvo lugar el famoso acto de fe en Logroño, en el que se juzgó a 52 herejes. 

De la cifra anterior, 31  eran brujos y once de ellos fueron quemados; el resto, fue penado con sentencias menos duras. 

El caso terminó cuando el inquisidor general, habiendo visto en los memoriales de Salazar lo poco sustanciadas que estaban las acusaciones, envió órdenes al Tribunal de instrucciones para que procediese con el máximo escepticismo de cara a futuros casos.

 Aunque todavía no pudo abolirse oficialmente la creencia en la brujería, la consecuencia de estas instrucciones fue pionera:  en España la quema de brujas se abolió  unos cien años antes que en el resto de Europa.

 El remedio contra la brujería: el silencio

Salazar, tras sus minuciosos estudios, dictaminó que el único remedio real para combatir la brujería no era ninguna de las medidas que se estaba adoptando hasta el momento sino que, la forma correcta de proceder, era el silencio.

Esta tesis se sustentaba en que, tal y como observó Salazar, los brujos emergían una vez el asunto de la brujería volvía a ser comidilla pública; mientras que, si nadie hablaba de nada referido a la brujería, los acusados de perpetrarla desaparecían. 

 

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