“No eres nadie, es que no existes”, “Las mujeres no trabajan; de todas maneras, tú no vales para nada”, “Yo me he sentido violada cantidad de veces. Por no liarla”, “Igual te tiraba un mueble, que una televisión o un móvil”, “Te sientes juzgada por tus vecinos/as, amigos/as, muy pocas personas entendían lo que me pasaba”, "A él le dan la mano y a ti te dan la espalda", “Siempre me habían enseñado que había que aguantar, así son las cosas”, ‘Decidí salir cuando mi hijo me defendió el día que me puso un cuchillo en el cuello”, “Me tenía totalmente controlada, no salía para nada, no podía decir nada”, “No sabes que te pueden ayudar, no te fías de nadie, tienes demasiado miedo”, “Me daba vergüenza denunciar y que todo el pueblo se enterara”, “Hay mucha hipocresía: todo se sabe, pero nada se dice” …
Confesiones de mujeres maltratadas, formas de violencia sufridas por cualquier víctima en cualquier lugar. Pero hay una diferencia, unos factores específicos que son más pronunciados en entornos rurales y que agravan la situación de vulnerabilidad de las mujeres. Un mundo rural donde la violencia de género es más invisible, más duradera, silenciada u ocultada; donde se tiene miedo ‘al qué dirán’, donde existe mucha hipocresía y falta de solidaridad; un mundo en el que el machismo está generalizado y la violencia de género suele ser normalizada y, por tanto, legitimada.
La desigualdad de género, los roles sexistas tradicionales y la violencia contra las mujeres perduran en el medio rural, según constata el estudio ‘Mujeres víctimas de violencia de género en el mundo rural’, de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género y realizado por la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur).
Situación de maltrato durante más de 20 años
En su estudio, Fademur ha realizado 23 entrevistas en profundidad a mujeres víctimas de violencia de género, 333 encuestas a profesionales que atienden a víctimas violencia de género y 167 encuestas a mujeres en municipios menores de 20.000 habitantes.
El 100% de las mujeres víctimas entrevistadas ha experimentado violencia psicológica, seguida de la física, un 78,26%, y la económica, un 56,52%. La violencia sexual aparece en un 39,13% y la ambiental en un 34,78%. Además, el estudio revela que las mujeres han sufrido esas situaciones de maltrato durante muchos años, una media de 20 años. Un drama real, pero invisible.
No existe un perfil concreto de las víctimas, aunque se observan ciertos factores de riesgo y situaciones de vulnerabilidad comunes.
Viven en general en entornos donde son habituales los modelos patriarcales, las creencias sexistas y discriminatorias de género, tanto en las familias de origen de las víctimas, como del agresor. Según el estudio, un 47% de las mujeres consideran a las familias de sus parejas o exparejas machistas y más del 80% de las mujeres entrevistadas hablan de la existencia de machismo generalizado en el mundo rural.
Sobre la percepción de la violencia de género, las mujeres rurales la perciben habitualmente más como una cuestión del ámbito familiar y privado más que como un problema social y estructural; un 61,35% de las mujeres ha sabido de un caso de violencia de género.
Las mujeres en el medio rural respecto a la igualdad y la violencia de género
La desigualdad de género interactúa con otras discriminaciones específicas del mundo rural: falta de oportunidades laborales, precariedad económica y aislamiento geográfico, social y familiar.
Las mujeres que han salido de la situación de violencia tienen incorporada la perspectiva de género en sus discursos y reconocen la existencia de “mucho machismo en la sociedad rural".
Sin embargo, y al igual que ocurre con las mujeres de la sociedad rural en general, no identifican violencia de género como violencia estructural, sino como violencia de pareja o incluso como violencia doméstica: “En los pueblos todo está oculto, esto es una cosa de las casas”. Por eso, no analizan su situación personal desde una perspectiva colectiva de dominación masculina patriarcal, sino desde una visión individual de dominación conyugal o familiar, porque “esto es un problema de los matrimonios”
La invisibilidad es la principal característica de la violencia contra las mujeres en el entorno rural. Además las víctimas sufren un triple aislamiento: relegadas al ámbito doméstico, dependientes económicamente y rodeadas de un entorno donde existe un gran el control social, ya que en los lugares pequeños todo el mundo se conoce.
Las consecuencias de la violencia de género sobre las mujeres son devastadoras. No existen diferencias significativas entre el medio rural y el urbano en perfiles del maltrato, pero el medio rural sí acrecienta los efectos de dicha violencia y a las secuelas físicas y psicológicas padecidas por las mujeres a causa de la situación de violencia, se unen otras secuelas o consecuencias de carácter laboral, económico, familiar y social
Características de la violencia de género en el mundo rural
En el mundo rural la violencia de género está normalizada; “Se piensa que es algo normal”, “Mi madre pensaba que es una cosa normal, los hombres son así, que todas las parejas, los matrimonios son así… un poco”. Una normalización que legitima socialmente esta violencia y cuestiona a las mujeres como víctimas.
La invisibilidad y la ocultación es otra de sus características. Es una violencia que se silencia: “Hay mucha hipocresía: todo se sabe, pero nada se dice”, “La gente prefiere mirar para otro lado”, “Yo procuraba que no se enterara nadie, es más, no se enteraba nadie… yo he procurado por todos los medios callarme, silenciar todo, no lo sabía nadie, nadie”.
Las víctimas tienen falta de reconocimiento o identificación de la violencia de género: “Yo era una ignorante, no sabía nada, pensaba que todo era normal”, “No lo identificas, no te das cuenta de muchos detalles, que dices… es que esto es violencia”, “Recuerdo hasta dormir en el suelo y sentirme aún súper culpable… La cosa es que no lo sabía, no llegaba a identificar que eso era un maltrato”.
Y el maltratador también es invisible. En el mundo rural “nadie conoce a los maltratadores, solo a las maltratadas”, “Se apoya al maltratador”, “Él va por ahí como si nada”, “Él era un honrado padre de familia y marido; siempre daba la mejor de sus caras. Nadie hubiera creído lo que me estaba haciendo”.
Dificultades y obstáculos para luchar en el medio rural
Las víctimas consideran que el medio rural es “muy difícil”, muy cerrado”. Obstáculos generales característicos del mundo rural, como la falta de oportunidades laborales o el aislamiento, se suman obstáculos relacionados con la discriminación de género, que incrementan la vulnerabilidad de las mujeres en las zonas rurales.
El hermetismo, el secretismo y el miedo al “qué dirán” de los pueblos es otro obstáculo: “La violencia se silencia mucho”, “En el pueblo yo creo que se saben muchas cosas que se callan”, “Siempre ponía mi mejor sonrisa y nadie ha sabido nada hasta que decidí poner fin a la relación y es cuando conté todo lo que había pasado”, “El qué dirán es muy fuerte en los pueblos, no quieres que nadie sepa lo que te está pasando, no quieres que te juzguen ni a ti ni a tu familia”.
A esto se une el “cotilleo y las envidias” de los pueblos: “Las zancadillas de los pueblos...”, “Yo no se lo he contado a nadie. Y en los pueblos…, yo creo que es un tema un poco delicado todavía, cuenta como un poco de cotilleo”, “El problema es la envidias, envidias muchas”, “Esto es un pueblo de cotillas. Aquí se ve todo, no puedes decir nada que lo sabe el vecino”.
En las zonas rurales también hay una falta de anonimato: “Aquí todo el mundo te conoce y a tus hijos/as también”, “Me daba miedo que si iba a los Servicios Sociales alguien se enterase porque aquí todo el mundo se conoce”, “Tienes que ir a ayuntamientos donde no te conozcan”.
Existe una falta de credibilidad y cuestionamiento de las propias víctimas: “La gente te echa la culpa a ti, ¿cómo estaba tu marido con ésta y tú le dejas?”, “Mucha gente no me creía”, “Tienes que justificar tú la violencia de género, él no”, “Las mujeres tenemos que dar muchas explicaciones”, “El medio rural es muy, muy difícil, porque como no tengas posibilidad de irte… el medio rural culpa a la mujer, porque a mí me ha pasado”, “El machismo que existe en las instituciones rurales; tienes que justificarte tú como víctima en vez del agresor”.
Y la accesibilidad a los recursos especializados tampoco es fácil: “En los pueblos no hay de nada”, “Para irte a una casa de acogida o a un cuartel de la Guardia Civil tienes que hacer kilómetros de distancia y yo no tengo coche ni medios de llegar”.
Aesto se une la falta de de formación deprofesionales: “Falta muchísima formación, para todos/as, para los/as médicos/as, los juzgados, la policía, la Guardia Civil…”,
Y, por último, la falta de solidaridad de la sociedad: “Hay mucha hipocresía: todo se sabe pero nada se dice”, “La gente prefiere mirar para otro lado”, “Todo el mundo sabía lo que pasaba, pero nadie hizo nada”, “Yo hablo de la hipocresía de la gente que lo conoce….A él le dan la mano y a mí me dan la espalda”, “ Me di cuenta de que en los temas de violencia de género es mejor mirar para otro lado, es difícil de asumir y muchas veces no sabes cómo ayudar”, “Lo más importante es que la gente que esté cerca, se dé cuenta de que pasa algo, es intentar sacarla de ese ambiente que salga… Que la gente reaccione”. “Nos afecta a todos/as y mirar para otro lado no es la solución”.
Perfil del maltratador
No existe un perfil de hombre maltratador en el ámbito rural. Pero las víctimas utilizan adjetivos que se repiten: celosos, agresivos, posesivos, humilladores, controladores, manipuladores, mentirosos, egoístas, mujeriegos y/o puteros, gastadores o derrochadores, inseguros y cobardes.
“Solo me quería para él, yo no podía hablar con nadie, ni con mis padres, ni con mis vecinos. Me alejé de todos/as”, “Me controlaba el móvil y dónde estaba; siempre sabía dónde estaba”, “Perdóname… Siempre, siempre. Eso se lo podían llevar a gala todos los maltratadores. Todos piden perdón”.
El 21,74 % de los maltratadores muestran una imagen impecable de cara a la sociedad, la familia y los amigos: “Para todo el mundo era un marido y padre ejemplar”, “Él era un honrado padre de familia. Siempre daba la mejor de sus caras. Nadie hubiera creído lo que me estaba haciendo”.
Familias machistas
Cerca de la mitad de las mujeres consideran a las familias de sus parejas o exparejas como machistas.
En las áreas rurales predomina la formación de familias plurinucleares, es decir, conviviendo varias generaciones en el mismo hogar. Algo que, según el estudio, incrementa las situaciones de control y violencia hacia las mujeres por parte de familiares.
Además las posibilidades de que las relaciones laborales se mezclen con las familiares son mayores, repercutiendo en el incremento de las situaciones de violencia.
El estudio constata el importante peso de la familia del marido en el mundo rural y la función de control social y familiar que puede ejercer. La familia absorbente o autoritaria y la inercia de las estructuras familiares del pasado mantienen sistemas familiares en áreas rurales que pueden calificarse de autoritarios, sistemas que se trasladan a las relaciones de pareja, mediante la reconfiguración de las propias relaciones de poder y dominación.
Las mujeres describen familias machistas, invasivas, autoritarias, posesivas, chantajistas y culpabilizadoras.
El 30% de las víctimas de la violencia de género también afirman haber sufrido violencia psicológica, amenazas, insultos y menosprecio por parte de sus familias políticas o algunos de sus miembros, sobre todo suegros y suegras. También situaciones de indiferencia y falta de apoyo del resto de los miembros de la familia ante tales situaciones: “Me ha pegado delante de su familia, de su hermano y su mujer, pero ellos nunca han hecho nada, para ellos/as es normal porque soy su mujer, no tenía apoyo de nadie cercano”.
El 100% de las mujeres que tuvieron hijos con su pareja maltratadora, declaran haber asumido completamente las tareas domésticas y el cuidado de los hijos e hijas prácticamente desde el principio: “Él era el que tenía que trabajar fuera y yo la que llevaba el peso de las tareas del hogar y el cuidado de las niñas. Teníamos que hacer la comida, servirle, lavarle la ropa, él no hacía nada en casa, todo lo teníamos que hacer nosotras”. “Él tenía una esclava, ¿cómo iba a querer dejar una esclava? “Nunca le interesaron los/as niños/as, nunca les hablaba, les cuidaba o acompañaba al parque. Nunca les trató como niños/as, le molestaba que hicieran ruido, que se movieran… nunca se ocupó de nada” …
Distintas formas de violencia
Aunque una minoría de mujeres reconoce que la violencia se produjo desde el inicio, la mayoría afirma que aparece de manera gradual, generándose un ciclo de violencia progresivo que se ha agudizado con el paso de los años.
La violencia psicológica es experimentada por la totalidad de las mujeres víctimas. Menosprecios, humillaciones y vejaciones, gritos e insultos de todo tipo, control de diversa naturaleza, aislamiento, celos, culpabilización, intimidaciones, amenazas (de agredirlas a ellas y a sus hijos e hijas, de suicidarse él, de muerte, de abandono de la familia, etc.), ataques de ira, manipulación y chantaje emocional, insultos a los hijos, comportamientos posesivos, presión social, violencia psicológica delante de personas que importan a la mujer (familia, amistades, entorno laboral…).
La violencia física relatada mayoritariamente son empujones, golpes, bofetadas y palizas, y situaciones de violencia física severa, que incluyen amenazas de muerte y lesiones con cuchillos, escopetas, barras de hierro… también hay situaciones intimidantes de ahogamientos o estrangulamientos, incluso de intentos de asesinatos.
Muchas tienen secuelas físicas e incluso incapacidad total absoluta.
La violencia económica también tiene una fuerte presencia y se manifiesta como uno de los principales instrumentos de dominación y control masculino en el ámbito rural. Así, existe un control absoluto sobre la economía, la prohibición de trabajar, chantaje económico…
La violencia sexual, invisible en el medio rural, es identificada por algunas de las víctimas entrevistadas, que relatan violaciones frecuentes, relaciones sexuales impuestas u obligación de realizar actos sexuales no deseados.
Además está la violencia ambiental: rotura de objetos, muebles y enseres personales de las víctimas o de sus hijos.
Fademur ha constatado también el relato de otras formas de violencia de género que las propias víctimas no reconocen como tales: violencia ejercida contra ellas por personas que no son sus parejas o exparejas, el acoso sexual o por razón de sexo en el ámbito laboral, la presión social, familiar y de entornos más cercanos o situaciones de revictimización institucional.
No hay que olvidar la violencia ejercida contra los hijos y las hijas. Desde la física a la psicológica, pasando por la normalización de la violencia de género y la desprotección de los menores. Ninguna de las víctimas hace referencia a episodios de abusos y violencia sexuales contra los menores; se desconoce si por la invisibilización y estigma que lo rodea, por eso Fademur insta a realizar investigaciones más profundas, que incidan en las violencias sexuales cometidas contra menores en contextos de violencia de género.
De hecho, las mujeres priorizan la integridad física y emocional de sus hijos e hijas, por encima de la suya propia, por lo que para muchas el detonante principal que propició su salida de la violencia, fueron sus propios hijos e hijas.
La totalidad de las mujeres manifiesta sentimientos de culpa por la violencia sobre sus hijos, que terminan con consecuencias devastadoras sobre la salud física y emocional.
Salida de la violencia de género
Ya sea por la situación de invisibilidad y ocultación de la violencia de género en el medio rural, la situación de dependencia económica y/o las coacciones o amenazas del maltratador, la inmensa mayoría de las mujeres víctimas tarda bastante tiempo en solicitar ayuda o nunca lo hace. Mantienen la situación en secreto durante años por miedo a no ser creídas, desconfianza o inseguridad en ellas mismas, también por sentimientos de pena hacia su agresor, por miedo, vergüenza, desconfianza en la justicia, cuestionamiento de la efectividad de la denuncia.
Aunque aún queda mucho para que las mujeres decidan dar el paso de denunciar, sí que se ha constatado en los últimos años un aumento en las peticiones de las ayudas y las denuncias en el medio rural.
Emociones y sentimientos de las víctimas
La situación de violencia de género provoca toda una serie de sentimientos y emociones no solo durante el proceso de violencia, también cuando se ha salido de la misma. Principalmente son miedo (a denunciar, a que la matase, a que hagan daños a sus hijos, al qué dirán…) y culpa (piensan que son las culpables), sienten vergüenza de lo que ocurre, soledad (sin apoyos), se callan, sufren aislamiento geográfico, social, familiar…
También está el amor romántico, el perdón al agresor, la impotencia, esa sensación de no hay salida; la frustración, resignación, justificación del agresor, dependencia emocional, económica; la ignorancia, laculpabilización de las mujeres como colectivo, la normalización de la violencia, la falta de apoyo institucional…
Las víctimas utilizan poco los recursos existentes, ya sea por desconocimiento o desinformación en las zonas rurales, por insuficiencia de recursos y escasez de horarios de atención, unas distancias excesivas, falta de transporte público y dificultades de accesibilidad, falta de anonimato.
Los mejor valorados por ellas mismas son las casas de la mujer y los servicios sociales de zona, así como la Guardia Civil.
En cuanto a los servicios jurídicos y judiciales, consideran que son complejos y lentos, les falta información sobre derechos y procedimientos, tienen dificultades de accesibilidad, también aseguran que hay una falta de concienciación y sensibilidad de los profesionales de Justicia, y desconfían de ella.
Muchas veces las familias, los amigos, los vecinos, alguna persona del pueblo, la escuela e incluso el párraco son sus apoyos.
Propuestas de actuación
Tras el análisis de las situaciones de violencia de género, Fademur propone una serie de actuaciones y propuestas para paliar la situación en el medio rural. Entre las medidas urgentes, detalla la de prevenir y sensibilizar, incluyendo la cuestión de manera transversal y sistemática en los currículos escolares.
También apuesta por una atención integral a las víctimas de violencia de género, ampliando los recursos especializados cubriendo el territorio rural de una forma coherente y adaptada. Y además formar a los profesionales de todos los ámbitos, "una cuestión en la que el medio rural arrastra un retraso especial".
La federación propone un mejor coordinación y colaboración interinstitucional entre los agentes sociales intervinientes. Además insta a un análisis e investigación para profundizar en esta problemática y en las víctimas, así como seguir avanzando en el conocimiento sobre las víctimas menores de 25 años y mayores de 60, las de diversidad funcional e migrantes no regulares.
Y por último, reivindica un compromiso económico firme con el que poder implementar políticas públicas específicas contra todas las formas de la violencia machista.
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