El hastío provocado tras más de 20 meses de pandemia y la caída en los contagios, hospitalizaciones y, sobre todo, muertes que ha traído consigo la vacuna ha hecho que muchos hayamos vivido de espaldas al coronavirus en los últimos meses. No queríamos saber nada de él, ni tan siquiera oírlo. El desgaste ha sido de dimensiones titánicas y el anhelo por recuperar la vida pasada nunca ha llegado a ser colmado del todo, ya que la vuelta a la normalidad continúa siendo solo un trasunto barato de aquello que teníamos antes de la aparición del COVID-19. Mascarillas, distancia de seguridad y límite de aforo se han convertido en estigmas tan dolorosos como ineludibles en nuestro día a día.
Sin embargo, hay una parte de la sociedad que nunca ha olvidado el momento que atraviesa el país. El miedo ha sido un sistema de alerta mejor que cualquier advertencia gubernamental o información proveniente de los medios de comunicación. Un sector de la población que no es otro que el de los mayores, al que su edad y los aspectos de salud asociados a la misma los convierte en un grupo de riesgo en caso de contagiarse contra el coronavirus. Han sido ellos los que más han padecido y pagado la enfermedad; no en vano entre las víctimas del coronavirus los mayores de 70 años copan la práctica totalidad de estas, especialmente en provincias tan envejecidas como la de Salamanca.
Hace poco más de un mes, el pasado 21 de octubre, el Centro de Día “San Juan de Mata” de Salamanca abrió sus puertas tras permanecer cerrado a sus socios desde el estallido de la crisis sanitaria. Los jubilados fueron sustituidos por rastreadores, y los juegos de cartas y el dominó por una centralita en la que se fiscalizó la expansión de la pandemia en nuestra provincia. Ahora, por los pasillos de este lugar se vuelven a peinar canas y mayores de toda condición acuden a cursos de memoria, gimnasia, nuevas tecnologías…
María Isabel Porras, directora de la institución desde su inauguración en 1994, se muestra entusiasmada con el regreso de los socios a los cursos de la Junta, los cuales dieron comienzo el pasado 15 de noviembre. Tras un duro periplo por el desierto del COVID-19, la vida regresa al centro, si bien es cierto que con mayor precaución y mesura que las que se pueden ver en cualquier establecimiento hostelero de la urbe.
La pandemia se ha llevado a la mitad de los socios
A pesar de la alegría por los reencuentros y las ganas de trabajadores y usuarios de retomar los viejos hábitos, el peaje del coronavirus ha sido muy alto en este centro, el cual contaba con casi 10.000 socios antes de la pandemia y en estos momentos apenas rondará los 5.000, según precisa la propia María Isabel Porras. En febrero de 2020, el centro acogía de forma diaria un trasiego de unas 700 personas, una cifra que ahora difícilmente se alcanza ni aun cuando se junta los asistentes a los cursos y los jugadores habituales de cartas y dominó. Monste Sánchez y Emilia Bidaburu, ordenanzas del centro que se conocen perfectamente a todos los socios del lugar, tienen un diagnóstico muy claro de la situación: “Hay miedo, todavía hay mucho miedo”.
Isabel Porras confirma esta tendencia, la cual se ha confirmado con el regreso de los cursos de pago: “Donde antes llenabas dos grupos sin problema y se agotaban plazas, ahora encuentras dificultades para completar uno”.
A pesar de todas las restricciones asociadas al coronavirus y a la pérdida de socios ello ha conllevado, el Centro de Día “San Juan de Mata” encara esta nueva etapa con el mayor de los optimismos. Actualmente, amén de los servicios de comedor, peluquería, biblioteca y juegos, también se están realizando cursos de gimnasia, memoria, psicomotricidad, bailes, yoga o informática, entre otros.
"Venir aquí nos da la vida"
SALAMANCA24HORAS ha estado presente en algunas de las actividades que se desarrollan en el centro asociado a la Junta de Castilla y León, donde hemos podido comprobar de primera mano que las ganas por retomar las actividades del centro son un sentimiento generalizado entre todos los usuarios.
Los asistentes al curso de gimnasia “son los más marchosos”, explican los propios trabajadores del centro. Una afirmación irrebatible, puesto que nada más llegar al centro casi una treintena de ellos, acompañados por Patricia Pérez -monitora en la institución desde hace más de una década-, nos esperan en el hall de la segunda planta deseosos de narrar sus impresiones en el regreso a las aulas: “Venir aquí nos da la vida”, “¿Estando jubilada que haces todo el día?” “Sociabilizas, te mueves y lo mejor es que somos como una familia”, “Y que no nos quiten a la profesora, que es la mejor”.
Preguntados por el miedo a contagiarse todos coinciden en lo mismo: “El miedo está ahí, claro, pero es que sino salimos de casa y empezamos a vivir nos vamos a acabar muriendo de otras cosas”.
Patricia Pérez explica que la finalidad del taller “es que se lo pasen bien”. La monitora entiende que, si hacer ejercicio es crucial para mantener una buena movilidad en edades avanzadas, lo primordial es que “socialicen entre ellos” y disfruten de un momento alejados del constante bombardeo informativo acerca del aumento de los contagios por COVID-19.
Al fondo de la sala, alejados de los bulliciosos gimnastas, se encuentra la sala donde se practica el taller de memoria, uno de los favoritos entre los mayores que acuden al centro de día salmantino. María Jesús, de 70 años de edad, acude a esta actividad por primera vez tras recomendársela su acompañante, Nieves, cinco años mayor que ella.
“Cuando te haces mayor todo se va haciendo más complicado y la memoria, por lástima, es lo que más empieza a costar”, explica María Jesús. “Nos entretenemos, conocemos gente y acabamos quedando para tomar un café”, comenta con amabilidad Nieves.
Un remedio contra la soledad
En unas pocas conversaciones con los mayores que pueblan esta institución se comprueba que por encima del miedo se encuentran las ganas de pasar tiempo juntos. Y es muchos de nuestros mayores no solo se las han tenido que ver con el coronavirus, sino que durante todos estos meses de pandemia la soledad ha sido un escollo tan duro o más que la propia enfermedad.
Eladio y sus compañeros de dominó son un buen ejemplo de ello. Asiduos al popular juego, se han visto durante los últimos 20 meses obligados a arrumbar su afición y resguardarse en sus hogares, esperando salvar la enfermedad. “Por supuesto que teníamos ganas de que reabriese el centro, al fin y al cabo son dos o tres horas que estamos distraídos y eso luego nos hace más ameno meternos en casa”.
“Este año y medio metidos en casa se ha hecho pesadísimo”, comenta un compañero de juego mientras examina sus fichas. “Hay gente que todavía se retrae mucho y está esperando a la tercera dosis de la vacuna para poder acercarse, yo mismo me vacuno esta tarde”, apunta Eladio de nuevo.
Sobre las medidas de seguridad, los mejores que explican si se sienten en un entorno controlado son los propios usuarios: “Yo me encuentro bastante seguro, es un local amplio, llevamos mascarilla siempre, se ventila… si hubiera peligro no vendría”, explica Eladio mientras golpea con una de las fichas de dominó la mesa.
“Y si se nos baja un poco la mascarilla viene la jefa y nos pone al orden”, comenta socarronamente uno de los jugadores mientras señala con el dedo a María Isabel Porras, directora del centro de día.
Con el paso de las semanas los trabajadores de la institución ubicada en la avenida Filiberto Villalobos espera que más y más ancianos se animen a acudir. Es como poco interesante, y anima a la reflexión, cómo mientras una parte de la sociedad salamantina se encuentra en pleno debate sobre si la Nochevieja Universitaria debería realizarse o no, todavía muchos de nuestros mayores, atenazados por el miedo, no se atreven a disfrutar de esas actividades que eran su único ocio en el día a día. Una única ciudad, dos mundos.
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