La pandemia de la COVID-19 ha disparado el ya de por sí alto consumo de alcohol. “Está siendo caótico para los mayores, pero para los jóvenes ha sido espeluznante. Hay una subida increíble de jóvenes que se dedican al famoso atracón: ponerse cuanto antes de alcohol hasta las cejas y luego lo que venga; está subiendo como la espuma y mucho más en niñas de 14 a 16 años”.
Con estas palabras lamenta Antonio Cruz, presidente de la Alcohólicos Rehabilitados de Salamanca (ARSA), la situación “terrible” que supone que cada vez el inicio en el alcoholismo sea a edades más tempranas, con 14 años e incluso antes.
“Ocurre tanto en chicos como en chicas, pero estas están ya por encima; parecía que antes se cortaban, como cuando nosotros éramos jóvenes, pero ya no, ahora hablan de a ver si llega el jueves o el viernes para coger el colocón”. Si siguen ese camino, "van a ser los próximos que van a estar aquí”, en ARSA.
Pero es que “no solo es el alcohol, la gente joven lo mezcla con porros, cocaína y demás, y eso les daña mucho más el cerebro, y vienen con 24-25 años fatal”, añade María Moya, trabajadora social de ARSA.
Existe, señala, “una gran diferencia” con épocas anteriores, en las que “salíamos y si al final nos emborrachábamos pues, bueno, pero no era nuestro objetivo. Ahora salen expresamente a emborracharse para luego salir de fiesta. No saben divertirse ya de otra manera que no sea con el alcohol en el medio”. Además, “si no bebes, ya eres un bicho raro, con lo cual, o te quedas en casa o a ver qué haces. Al final, aunque no te apetezca beber, acabas bebiendo”.
Facilidad de los menores para conseguir acohol
Otro problema más, la facilidad con la que consiguen alcohol. “Los niños compran o les compran el alcohol” en un 54% en los supermercados. Por este motivo, Cruz considera que “debería de haber un control, y si una persona se lo está sacando a un menor, denunciarlo como sea, pero eso no pasa”. El resto lo consiguen en bares y pubs. “Es una barbaridad en los críos de 14 años y menos”.
Y “además ahora, cuando empezaron a salir otra vez después de todas las restricciones, lo han cogido con un ansia como si no hubieran salido en su vida. Y no hay ningún control de nada”, apunta Moya.
Encima “con el alcohol te vuelves agresivo. En mis tiempos nos pegábamos cuatro tortazos o patadas y cada uno para su casa; ahora ya no, ahora es la botella rota, la navaja, incluso la pistola. Ha cambiado la forma de beber y divertirse”.
Y no solo eso, “te encuentras tirados a niños y niñas en las aceras o en un parque. Los amigos no les ayudan y los dejan tirados, cada uno se va por su lado. No saben beber y salen a jugar a ser mayores, pero luego no son responsables”, afirma Cruz.
Un problema de la sociedad
En su opinión, el problema radica “en la educación, tanto por los padres como por las instituciones, toda la sociedad en general. Si se empezase por ahí, a lo mejor conseguiríamos al menos que la mitad no siguiese ese camino; no tienen formación ninguna, se creen que es todo jauja, que no va a pasar nada y pasa”.
Y es que “es la propia sociedad te dice que no pasa nada, que es sociable, forma parte de la vida social de España”, añade Moya.
Este aumento constante del consumo de alcohol se viene dando en los últimos años, pero con la pandemia está siendo más pronunciado, “ha crecido una barbaridad”. En ARSA lo saben bien por “la gente nueva que ha venido”.
La crisis sanitaria no solo afecta a los más jóvenes, también a los mayores y a los alcohólicos que se encontraban en tratamiento cuando se inició.
“La pandemia ha afectado muchísimo y ahora mismo hay mucho miedo para sacarlos de casa y tienes que estar tirando de ellos, llamándolos cada dos por tres para que vuelvan a la asociación”, señala Cruz.
Además, sobre todo durante el confinamiento, “ha habido muchas recaídas, sobre todo de gente que estaba empezando con la terapia cuando comenzó la pandemia” y que se vio sin apoyo.
También, señala Moya, con la pandemia “la gente se ha dado más cuenta del problema del alcohol del familiar, incluso ellos mismos; mientras estás en la vida diaria no te das cuenta, pero al estar tantos meses en casa y dices necesito tomar alcohol, te das cuenta de que algo no funciona”.
“Perdí a mi familia, mi trabajo… eres un pingajo; ahora he vuelto a vivir”
“Es el cerebro. Yo lo he vivido en mis carnes, es el cerebro el que te pide alcohol. Tienes que tomar alcohol, sino no eres persona, con el alcohol no lo eres por supuesto, pero sin alcohol menos todavía”, afirma Antonio Cruz.
“He llegado a beberme hasta cinco litros de vino en una noche. Tenía en la cabecera de la cama la garrafa y, cuando se me secaba la boca, bebía. Luego me despertaba por la mañana y seguía bebiendo”. Así “hasta que llegas a un punto que caes redondo y te traen a urgencias con un coma”; a él le ocurrió dos veces consecutivas
El alcoholismo es una enfermedad, pero “la gente no lo sabe, ni el propio alcohólico sabe que es un enfermo mental; hasta que llegas aquí (ARSA) y te das cuenta de que eres un alcohólico” y “poco a poco vas aprendiendo de tu enfermedad”.
Cruz perdió a toda su familia y su trabajo por el alcohol. Vivía solo la segunda vez que tuvo que ir a buscarlo una ambulancia, y a raíz de eso, su hermano lo llevó a Alcohólicos Rehabilitados; “era eso o el cementerio, no había otra”.
“El mono que pasé fue de unos seis meses. En casa, sudando, con paranoias… lo pasé muy mal. Hasta que salí adelante gracias a esto y a los compañeros que me echaron una mano”. También a su fuerza de voluntad: “Tomaba todos los días la medicación, sabía que ya no podía tocar el alcohol. Una vez que empecé aquí, quería vivir. Y empecé mi vida, otra vez”.
Ahora lleva casi 12 años sin beber y ha recuperado a su esposa, sus hijos, sus nietos… “Ahora soy feliz, en una palabra, vivo”.
El alcoholismo es una enfermedad que afecta a toda la familia. Además “mentimos como nadie, nos autoengañamos e intentamos engañar, a ver si cuela”. La familia “te quiere mucho, pero no se puede vivir de esa manera”. Al final, cuando se rehabilitan, existe un gran sentimiento de culpa por ese motivo, porque se ha hecho daño a la familia.
Las causas o el inicio del alcoholismo en la actualidad no tienen nada que ver con la de hace décadas. “Se bebía mucho, la oficina estaba cerca de bares, donde se hacían hasta los contratos; era beber y beber desde por la mañana. Entonces, además se permitía beber en el trabajo; por la mañana, ya te tomabas alguna copa y a la hora del bocadillo, cogías la bota de vino y ya no la soltabas en todo el día. Una vez que ya empezabas, lo que más te pedía el cuerpo era beber y beber. Terminaba el trabajo y te ibas a tomar unos vinos. Y llegabas a casa de aquella manera”.
Ambos recuerdan además como antes, por ejemplo,cuando se trabajaba en el campo se comenzaba a beber incluso con diez años. De hecho “en mi primer contacto con el alcohol yo creo que tenía ocho años”
“Dos cañas pueden no ser nada, pero si vas aumentando, al final te vas metiendo, vas teniendo tolerancia y cada vez vas necesitando más; al final, estás todo el día bebiendo y llega un punto en el que luego ya te da lo mismo lo que bebes”, asegura Cruz, que alude a un compañero, que “no tenía alcohol y bebía colonia”.
Cruz anima a dar un paso adelante a las personas que estén en esta situación y acercarse a ARSA. “Es vivir; te has vuelto un pingajo, eres un desecho de la sociedad. Es volver a recuperar tu vida, volver a vivir, saber lo que estás haciendo, divertirte con tu esposa, hijos, nietos…”.
Ningún enfermo reconoce que está enfermo; “lo reconoces aquí”. Tienen que saber que “hay un sitio donde te tienden la mano y puedes salir del alcoholismo”.
“No te curas, te rehabilitas porque esto es una enfermedad crónica”, concluye Cruz.
Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Salamanca
La Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Salamanca (ARSA) se fundó en 1977 con el objetivo de ser un medio en la lucha contra la enfermedad del alcoholismo, un medio para la rehabilitación del enfermo alcohólico y la recuperación y mejora de su entorno.
En sus instalaciones en el paseo de San Vicente 101, realizan entrevistas, talleres, cursos… Es un espacio en común para ayudar en la rehabilitación.
También organizan diversas actividades, como jornadas de convivencia, excursiones, ponencias o mesas informativas, con el objetivo de ayudar en la prevención y rehabilitación de los enfermos alcohólicos.
ARSA, cuenta María Moya, lleva funcionando desde 1977, aunque legalmente fue constituida ante Junta en el 78. Sus fundadores fueron “don Jesús, el párroco de entonces de Pizarrales, dos religiosas y un alcohólico ya rehabilitado en otra ciudad”. Se creó a raíz de que el sacerdote y las religiosas “vieron cómo mucha en la gente barrio, sobre todo en esa época eran hombres, tenían ese problema con el alcohol; muchas mujeres iban llorándoles porque su marido bebía mucho, le pegaba… y así decidieron empezar un grupo”.
Después de muchos intentos, al final un psiquiatra, el doctor Lozano, “se comprometió con ellos para comenzar el grupo”. Cáritas les dejó un local en la calle Serranos hasta que la Diputación, en los primeros años de los 80, les cedió el local que utilizan en la actualidad”.
Fue una época difícil, porque “no se reconocía que era una enfermedad y todo eran pegas”. Luego empezó la Diputación y se realizaban ingresos en el Hospital Psiquiátrico hasta que en 1985 se creó la Unidad de Tratamiento de Alcoholismo de Salamanca, con la que trabajan directamente.
“Ha sido poco a poco. Al principio no había ninguna ayuda ninguna más que Cáritas y fueron ellos mismos, los propios alcohólicos, los que tiraron para adelante y se ayudaban. “Había un compromiso de todos, era como una familia, igual que ahora, pero antes más reducido”.
Antes de la pandemia de la COVID-19, cada semana acudían a sus instalaciones entre 90 y 100 personas. Sin embargo, con la crisis sanitaria “mucha gente tiene miedo y ha bajado el número de personas que suelen venir”. El pasado viernes se retomaron las terapias, “pero serán en grupos más reducidos, por lo que, en vez de ser semanalmente con todos, les va a tocar cada tres semanas”, explica Moya, por lo que vendrán como unas 60 personas a la semana.
También van a comenzar a realizar los miércoles reuniones de socios para que empiecen a salir de casa, “para que se atrevan ya a salir y vengan a hacer manualidades, cursos de ordenador, etc.”, es decir, ir retomando todo lo que la pandemia paró.
A esta “especie de familia numerosa” se han unido en el último año 40 personas que vienen por primera vez.
Más jóvenes y más mujeres
Cada vez más gente joven acude a ARSA, aunque la media de edad está entre los 45 y 50 años.
Y también aumenta el número de mujeres, que “tienden siempre más a ocultarse que los hombres, en general, pero ahora las mujeres jóvenes ya beben igual que los hombres, se les nota antes y se les puede ayudar”.
Pero, añade Cruz, “hay muchísima gente que no se atreve a dar el paso; da mucho miedo y te preguntas qué me voy a encontrar ahí. Hasta que te haces un poco valiente para venir todos los jueves y tal, cuesta muchísimo”, afirma Cruz.
A esto hay que añadir la gente que está alrededor de los alcohólicos, que “lo sabe y no hace nada; en vez de echar una mano, pasan. A mí me ha pasado; vecinos de toda vida, los amigos, sobre todo, una vez que te ven así, desaparecen; no vuelve ninguno, ni te llaman para ver cómo estás”, lamenta Cruz.
A ambos les crea una gran satisfacción “tener a muchos que están rehabilitados o en rehabilitación, y sus familias están muy contentas; ver que salen adelante es muy grande. Egoístamente para mí es satisfactorio, porque yo los ayudo, pero es que ellos me están ayudando a mí”, concluye.
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