La taxidermia es un arte que se remonta cinco siglos atrás. Un oficio olvidado y desconocido, sin un valor reconocido en la sociedad y a veces inentendible, que requiere de un gran amor hacia los animales y sobre todo de un conocimiento extraordinario para poder plasmar su vitalidad una vez fallecidos.
Los rasgos faciales y la viveza de la mirada son las expresiones que caracterizan al animal y que marcan la diferencia entre un trabajo normal o uno excelente en taxidermia. En ese sentido, el rey de la taxidermia es hijo del campo charro, sus obras tienen corazón mirobrigense, nacidas en el municipio de Serradilla del Arroyo. Su autor se declara un enamorado de la profesión y del toro bravo, formando parte del grupo de aficionados prácticos de Ciudad Rodrigo, de ahí la predilección y debilidad que, a lo largo del tiempo, José Luis Martín Moro, ha desarrollado hacia la taxidermia taurina. Actualmente, este protagonista se encuentra en la plantilla de las máximas figuras del toreo, tras ser coronado figura de la taxidermia.
Su trayectoria se remonta a los 13 años, momento en el que diseca su primer animal de forma totalmente autodidacta: “A esa edad hice el primer jabalí en pelo”, confiesa. Al mismo tiempo revela que su profesión se inicia con los colmillos de jabalí, resaltando que “estamos en un pueblo de cazadores”. Por aquel entonces, las técnicas usadas eran 100% caseras: “Empecé a hacer colmillos con latas de coca cola, rellenándolo con cera de vela, le daba la vuelta a la lata y quedaba color de aluminio, con eso hacía los casquillos simulando lo que ahora es joyería”.

Aunque el jabalí es el primer modelo con el que trabaja, es el toro bravo quien realmente lo lanza al estrellato y da a conocer ‘Ibernatur’ a través de los siete continentes. Su inicial clientela arrinconada en la comarca de Ciudad Rodrigo crece hasta llegar a zonas del este, norte de Europa, Países Bajos, Iberoamérica o Estados Unidos.
De entre todos sus clientes, el pionero, al que José Luis considera “padrino” y la persona que confió en él desde el principio, lleva el nombre de Iván Fandiño, matador de toros fallecido hace cinco años en Aire-sur-l´Adour (Francia) a manos de un astado de Baltasar Ibán: “La primera cabeza que disequé para un matador de toros fue la de “Fumadisto”, de la ganadería de Adelaida Rodríguez, lidiado en 2012 en la Feria de Salamanca por Fandiño. Fue, además, el toro triunfador y la faena de la Feria. Cuando Iván vio el resultado le encantó y me pidió que le acompañara a todas las plazas donde el toreara. Ahí fue donde mi hobby por la taxidermia se convierte en una profesión”.

Aunque en el taller de este taxidermista albergan diferentes animales de caza como la cabra montesa, el jabalí, el zorro, el ciervo, un oryx o caballos, la mayoría de sus obras son toros bravos, el principal animal demandado, aunque también en algún momento se ha atrevido con especies exóticas de procedencia africana.
“El toro bravo es donde plasmo la afición, puedo ponerme a montar una especie cinegética pero donde realmente me veo realizado y disfrutando con lo que hago es con el toro bravo. No hay horas en el día porque es una cosa que amo, empiezo por la mañana, pero voy forzando la máquina hasta que cae la noche y puedo ver la expresión del animal”, confiesa José Luis Martín Moro.
Estar ‘in situ’ en las plazas, sobre todo en las principales ferias taurinas de Europa, da más facilidad para actuar en el momento en el que un matador de toros da la orden de disecar un animal, una de las cualidades que mejor refleja el trabajo de José Luis, y principal motivo por el que la mayoría de los diestros lo consideran ya una pieza fundamental en su plantilla.
Presenciar la lidia de los astados permite estudiar los movimientos y la morfología del animal para poder plasmarlo después en la escultura: “No se puede disecar un toro con la misma estructura ni siguiendo un mismo patrón, ahí es donde está el significado de la taxidermia.

La expresión se consigue con lo principal que es conocer al animal, y ver la expresión del toro vivo. Algo que también se refleja en el encaste del propio animal, cambiando el tipo de viveza en la mirada, por ejemplo. No es lo mismo la mirada y la expresión de un toro de Albaserrada que de un Juan Pedro”, advierte.
La técnica empleada, pero sobre todo el amor propio hacia la profesión y la confianza en uno mismo es lo que marca la diferencia en el mundo de la taxidermia. Los cambios de las herramientas en esta profesión son insignificantes desde que José Luis comenzó su andadura a la actualidad: “El trabajo sigue siendo manual, y sigue sin haber una herramienta específica, basta un destornillador y un alicate para trabajar. Lo que sí ha cambiado es la forma de moldear las esculturas, cuando comencé se hacían con alambres de gallinero y escayola, ahora se usan otros materiales como la resina o el poliuretano”.

En cuanto al procedimiento, en Ibernatur se parte de cero en todos los aspectos. Es el propio José Luis quien se encarga de cortar la cabeza del animal, para asegurarse de que el corte es preciso y no va a modificar la expresión del rostro posteriormente. Es él mismo quien también curte la piel, rebajándole el grosor para que, a la hora de montaje, la manipulación de la piel sea más fácil para conseguir la expresión adecuada, la similar a cuando el animal estaba vivo. Antes de la reconstrucción de la escultura, es importante desinfectar bien el hueso que forma parte del cráneo, elemento que en este caso José Luis incorpora también a la estructura para que el animal una vez montado sea más real. Esta parte de la desinfección es muy importante para eliminar cualquier tipo de larva que pueda echar a perder el trabajo realizado.

Los patrones que se siguen para realizar cada escultura en casa de José Luis son diferentes en función del rostro del animal: “En mi taller nunca se va a encontrar una estructura igual, ni con la misma expresión, ni morfología ni perfil”, aclara.
Los últimos pasos una vez construida la estructura, es colocar la piel e ir reconstruyendo los rasgos del toro, los ojos, el hocico y la boca.
Hasta que llegue el momento de entrega al cliente, pasados cinco meses “necesarios”, según insiste José Luis para “entregar un animal con garantías”, es fundamental también la parte del secado. Tres meses tarda un animal en secarse. La temperatura tiene que ser “ambiente” y “no puede estar expuesta al calor porque se secaría demasiado pronto y se producirían fisuras”. En este sentido, José Luis recalca que “el mejor momento para disecar es la primavera”.
Finalmente, en cuanto al futuro de la taxidermia, el pronóstico pinta positivo mientras el duende de José Luis siga iluminando sus obras y distribuyendo su orgullo por la tauromaquia y por Salamanca en cada rincón del mundo donde esté presente. Un talento innato que el periódico ‘The New York Times’, uno de los más prestigiosos en el mundo del periodismo a nivel internacional, no quiso dejarse en el tintero.

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