Salamanca guarda, en el Cerro de San Vicente, los secretos de una aldea amurallada perteneciente a la primera Edad de Hierro (900-400 a.C.), que estuvo habitada hasta que sus moradores se desplazaron al Teso de las Catedrales, en la segunda Edad de Hierro (400-20 a.C.), y volvió a estar ocupado durante la Edad Media. Excavado desde 1990 e incluido en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco, tiene abiertas sus puertas a los visitantes, que pueden encontrar allí un amplio espacio expositivo.
Fue el profesor Joan Maluquer el primero que publicó un artículo sobre este yacimiento, en 1950, basándose en el estudio de algunos materiales que un ciudadano recogió un año antes, cuando el yacimiento asomó a la superficie, coincidiendo con la construcción del Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe. A partir de 1990, comienzan las investigaciones con metodología arqueológica aplicada, que continúan hoy.
En 2006, se realizó una excavación en área abierta que dejó a la vista un amplio sector del poblado y de su caserío. Parte de la misma se acondicionó y techó para ser visitable, integrándose en el parque arqueológimo municipal del Cerro de San Vicente. Esta aldea de barro está compuesta por viviendas circulares y rectangulares, con un hogar central y un banco corrido interior, espacios exteriores libres, basureros y muladares, así como pequeños edificios subsidiarios que servían como almacenes, corrales y graneros.
Una de las casas, más grande que el resto y con un banco corrido doble en su interior, ha centrado la campaña de excavación que se inició el pasado mes de junio. Dirigida por el arqueólogo municipal Carlos Macarro, la arqueóloga Cristina alario y el arqueólogo Antonio Blanco, de la Universidad de Salamanca, ha tenido resultados asombrosos.
Entre los hallazgos que han salido a la luz, destacan varios materiales exóticos que no son comunes en la meseta interior de la península, tal y como explica Carlos Macarro. Han encontrado varios abalorios, un trozo de cuenco y una pasta sintética azul con núcleo blanco, denominada payenza, que se elaboraron en el Mediterráneo oriental.
Entre ellos, destaca un amuleto que representa a la diosa Hathor, procedente de Egipto. “Se trata de una diosa egipcia, vinculada a la fertilidad y al bienestar. Es un poco el concepto de las vírgenes cristianas y las medallitas de buena suerte o buen augurio”, apunta el arqueólogo municipal. Estos objetos han revelado que el flujo de intercambios comerciales desde las civilaciones más desarrolladas del Mediterráneo y el interior de la península eran más intensas de lo que se pensaba en un principio. Sobre los moradores de la vivienda objeto de estudio, revela que su poder adquisitivo era superior al de sus vecinos.
Carlos Macarro cree que es probable que aparezcan objetos parecidos en el transcurso de las excavaciones. De hecho, ya hay constancia de yacimientos similares en el Cerro del Berrueco y en la zona de Las Arribes. “Se trata de piezas de tradición orienzalizante, traídas por los fenicios, que aparecen en distintos yacimientos, siguiendo el eje de la Vía de la Plata”, explica el arqueólogo.