Hace poco más de un año, el 8 de marzo de 2020, Salamanca afrontaba la vida con total normalidad y sin sospechar que quedaban pocos días para que nuestras vidas cambiasen por completo. En un domingo típico preprimaveral, con una temperatura agradable y ligeros chubascos en el cielo, miles de personas caminaban por las calles charras para dirigirse a la manifestación del 8M, mientras que otras tantas miles hacían el recorrido inverso para dirigirse al Multiusos a presenciar la final de una Copa de la Reina en la que Perfumerías Avenida iba a proclamarse campeón.
Nadie imaginaba lo que se venía encima. Al día siguiente, el lunes 9, comenzaba el caos. Y lo hacía a raíz de la decisión de la Comunidad de Madrid de cerrar todos los centros educativos durante dos semanas, desde colegios hasta universidades, y de preparar los hospitales para diversas contingencias relacionadas con el coronavirus.
Como si de un efecto mariposa se tratase, el pánico de los ciudadanos madrileños alcanzaba Salamanca donde, como en la capital de España, los supermercados comenzaban a vaciarse. El papel higiénico alcanzaba la cotización del oro en unos momentos en los que el confinamiento comenzaba a sobrevolar el país. Posibilidad, eso sí, que nadie quería creer real. Al menos en Castilla y León.
Y es que dentro de la pandemia, y según los datos oficiales, la comunidad castellano y leonesa no estaba tan mal. Aunque la percepción hubiera sido diferente si se hubiera tenido la capacidad de realización de pruebas para detectar el COVID-19 que se posee actualmente. Porque en ese momento, los casos de coronavirus crecían tan exponencialmente que todo abocaba a una solución drástica.
Esa solución era el ya mencionado confinamiento. Una medida que había sido aplicada por China en el mes de enero y que era adoptada por Italia el 11 de marzo -días antes, el 8M, el Gobierno del país transalpino ya había confinado 15 provincias italianas, entre ellas Lombardía-. Pero aquí en España no terminaba de llegar, quizá por el miedo a las consecuencias económicas y de imagen que derivaría.
No obstante, según avanzaban los días, la palabra maldita ya estaba en boca de los ciudadanos. Y de unas autoridades que iban suspendiendo las diversas actividades programadas y que pedían a los ciudadanos que se quedasen en casa.
Hubo instituciones incluso que se adelantaron a las autoridades, como la Universidad de Salamanca, que anunciaba a media mañana del jueves, 12 de marzo, el cese de su actividad lectiva hasta que la situación mejorara. Una proclama que pilló con el pie cambiado a la Junta de Castilla y León, que no se lo esperaba.
De hecho aquel 12 de marzo también se notificaba el primer muerto (oficial) en Castilla y León por COVID-19… en Salamanca. Se trataba de un varón de 81 años que fallecía en el Complejo Asistencial Universitario con una prueba positiva. Aunque lo cierto es que, según un estudio del Instituto de Salud Carlos III, el coronavirus estaba circulando por la provincia charra en torno al 10 de febrero, por lo que es probable que hubiera algún deceso por la enfermedad bastante antes.
El Gobierno regional advirtió del peligro y un día después, el 13 de marzo, anunciaba el cierre de todos los centros educativos y, sobre todo, era la primera comunidad autónoma -como siempre han defendido Mañueco, Igea y Casado- en pedir la declaración del estado de alarma. Asimismo, pedían a los ciudadanos que se quedasen en sus domicilios.
Ese mismo día, también se suspendía la Semana Santa y todos sus actos y actividades. Todo hacía indicar que nos aproximábamos a un confinamiento jamás antes vivido y que iba a llegar, de manera oficial y para toda España, el sábado 14.
Porque aunque no iba a declararse hasta el día siguiente en un Consejo de Gobierno extraordinario (más que nunca), Pedro Sánchez comunicaba al Rey Felipe VI y al resto de fuerzas políticas que el estado de alarma iba a aplicarse, durante al menos 15 días, con confinamiento incluido.
El 14 de marzo llegaba el estado de alarma: segunda vez en la historia de la democracia que se declaraba
El sábado 14, Salamanca amanecía revuelta. Centenares de charros salían a la calle para aprovisionarse de víveres y dar el que podía ser su último paseo en días. Porque, pese a que todavía no era oficial, todo el mundo sabía que ese mismo día se iba a declarar el estado de alarma en todo el país y que el mismo iba a implicar un confinamiento domiciliario.
Lo normal esa mañana era encontrarse colas en las gasolineras y los supermercados. La incertidumbre que rodeaba aquellos instantes podía palparse en un ambiente enrarecido y marcado por el miedo. Un miedo que no impedía, eso sí, que las tiendas de alimentación se llenasen de gente sin mascarilla y sin ninguna medida de protección. O que incluso hubiera gente que se atreviera a sentarse de una terraza. Sin duda, todos contribuimos a expandir el virus aquel día, mucho más que en cualquier manifestación o evento de la semana anterior.
Algo innegable, ya que ese mismo día la Consejería de Sanidad de la Junta declaraba que Castilla y León era ‘zona de transmisión comunitaria’. Es decir, que el coronavirus ya no llegaba importado por otras comunidades autónomas, sino que eran los propios ciudadanos de la región los que estaban contagiando a otros.
Con la llegada de la tarde, llegó la reunión del Gobierno. Y a las 21 horas de la noche, en pleno prime time, Pedro Sánchez comparecía para anunciar la aplicación del estado de alarma y la obligación de todos los españoles de quedarse en sus domicilios excepto para ir a trabajar o para actividades básicas como ir a la compra, a la farmacia o al médico.
El presidente del Gobierno anunciaba la decisión con algo de nervios. Algo lógico teniendo en cuenta que era la segunda vez que se declaraba el estado de alarma en España, y la primera vez que incluía un confinamiento domiciliario, ya que la anterior vez que se aplicó fue cuando la crisis de los controladores aéreos, bajo el Gobierno de Zapatero.
El domingo, eso sí, todavía había dudas al respecto y muchos viajes, ya que todavía estaba permitido para regresar a los domicilios. Lo que no era posible era estar ya por la calle, algo que algún charro no entendió. De hecho, aquel día se hacía viral un vídeo publicado por SALAMANCA24HORAS donde dos agentes de la Policía Nacional le espetaban a un viandante en Puente Ladrillo que iba a ser “el primer denunciado de toda España”.
Los salmantinos se concienciaron y vaciaron las calles
Pero los salmantinos rápidamente cumplieron. Sabían que en juego estaban las vidas de todos, ya que los fallecidos no dejaban de aumentar en Salamanca. Tampoco los contagios, que iban disparándose pese a la poca capacidad de análisis que había en aquel momento, como anteriormente se ha comentado.
Así, lo raro aquellos días era ver a nadie ni siquiera yendo a los supermercados. Las calles se vaciaron y el silencio imperaba. Sólo se rompía a las ocho de la tarde, cuando todos los salmantinos, sin excepción, se asomaban a sus ventanas y a sus balcones a dar un aplauso a los sanitarios bajo el sonido del Resistiré.
Pero una vez pasaban unos minutos, todos volvíamos a refugiarnos. Por mucho policía de balcón que acusase a sus vecinos de estar saltándose el confinamiento, lo cierto es que la ciudad de Salamanca estaba completamente vacía, especialmente en los lugares emblemáticos que no hacía tanto estaban repletos de propios y extraños.
En total fueron 98 días de un estado de alarma y un confinamiento que, tras pasar la fase más dura de la primera ola de la pandemia, comenzó a relajarse. Poco a poco los paseos fueron permitiéndose, a finales de mayo volvían las terrazas, y el 21 de junio se alcanzaba la nueva normalidad y se daba por finalizado el estado de alarma.
Se encaraba así un verano que se presuponía esperanzador. El resto es historia.
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