Álvaro Pérez Mulas (Zamora, 1967) lleva realizando, en especial desde los últimos diez años, un trabajo constante de reflexión sobre la imagen fotográfica que le ha conducido a diversos planteamientos y a innumerables presencias en muestras colectivas. “Inversión a fondo perdido” supone, obvia y paradójicamente, su trabajo más personal tratándose de un motivo -las salas de espera- lógicamente asociado a los no lugares.
Este tipo de espacios encarna mejor que ningún otro los no lugares de los que hablara Marc Augé, espacios que han perdido toda posible seña de identidad por la que poder aplicarles una determinada lógica de sentido. Son lugares que nos resultan siempre provisionales, transitorios, desafectos, donde resulta difícil establecer relaciones dialógicas con el otro. Tampoco poseen ningún carácter simbólico o histórico como para poder establecer con respecto a ellos el más mínimo sentido de pertenencia. Resulta difícil identificarse con ellos como para sentirlos nuestros, como para habitarlos en toda regla. Se han convertido pues en una especie de anti-lugares.
Sin embargo, a pesar de su frialdad y su vacuidad, estos no lugares se han convertido forzosamente para el autor en espacios familiarmente cotidianos. En una etapa reciente de su vida, Álvaro se ha visto obligado a transitarlos durante un periodo prolongado de tiempo, el mismo que transcurría mientras su padre padecía una larga e incurable enfermedad. Por esa razón, el título de cada imagen (en el que figura con exactitud un determinado número de horas y minutos) cobra su verdadero significado al relacionar directamente el espacio representado en la imagen con la cantidad de tiempo que ha sido invertido ocupando ese lugar.
Uniendo así texto e imagen (título y obra), somos más conscientes de la experiencia vicaria en la que el autor nos invita a adentrarnos. De este modo, las instantáneas aumentan su gravedad gracias al sedimento invisible e irrepresentable del tiempo de espera que el autor y su familia han permanecido en cada
Además de los espacios vacíos, en esta serie también identificamos de forma recurrente un elemento distintivo de estos lugares: sus asientos. Las sillas o los butacones, que aparecen casi siempre pegados a la pared, conminan a sus potenciales ocupantes a permanecer inmóviles, en stand-by, a la espera de los acontecimientos que suceden tras la puerta de la consulta o del quirófano. En todas estas imágenes, excepto en una, los asientos aparecen invariablemente unidos entre sí, dispuestos como una batería lineal de varios módulos repetidos. Sin embargo, como testigos impertérritos e intemporales, el tiempo no parece transcurrir por ellos… las horas allí parecen interminables, como si el tiempo se hubiese detenido para siempre.
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