Aquí no hay tapujos ni cortinas de humo. La gran parte de las personas que acude a este humilde local busca un simple café con galletas, compañía, o unas horas de calor para descansar de las secuelas que les deja el vivir en la calle y dormir en un cajero. Dos trabajadoras sociales, algunos voluntarios, y estudiantes de prácticas que vienen y van, hacen posible esta labor humanitaria. Sin embargo, desde que se fundara este centro social para las personas drogodependientes, en el año 1986, como una asociación de ayuda mutua, ha habido importantes evoluciones y cambios.
Con la crisis, son muchas más las personas que han llenado este espacio, algunos, no guardan vínculos con las drogas, sino que la situación económica les ha empujado a la calle, viéndose obligados a recurrir al café con galletas que les ofrecen las meriendas de Apared. Esta asociación distingue varios programas en su funcionamiento: captación, motivación, y derivación de enfermos dependientes; actividades lúdicas, manualidades, dinámicas de comunicación; y el programa de intercambio de jeringuillas. Mediante este último, reparten a quienes acuden materiales de venopunción , agua destilada y otros. En total, distribuyen unas siete mil jeringuillas al año, con su posterior recogida, aunque no todos regresan para devolverlas tras su uso.
El programa de seguimiento de drogodependientes del centro penitenciario se dedica a aquellos que han ingresado en prisión debido a sus problemas con las drogas. El proceso de terapia trata la realidad del consumo y el proceso de deshabituación. Actualmente Apared atiende a unas veinticinco o treinta personas, y al año acuden unas doscientas cuarenta.
Quienes no viven en la calle, subsisten con prestaciones básicas. La mayor parte, asegura una de las trabajadoras sociales, comenzó en las drogas blandas por simple curiosidad. Posteriormente, se sumergieron en el peligroso mundo de las drogas más duras. En este local los asistentes también pueden disponer de ordenadores pensados para buscar trabajo, y dejar sus pertenencias mientras en un lugar seguro mientras están en la calle. La mayor parte de ellos son hombres de entre 35 y 38 años, que encuentran en Apared su segunda familia y su segundo hogar, y en ocasiones, los únicos.